lunes, 26 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (119)


…Había transcurrido algo más de un año desde que  Daniel  había desembarcado del “Santa Rosa”  y,  tras la llamada de  Don Blas de Lezo,   había unido su destino al de  sus armas. Tras lo vivido, las dos victorias frente a los servidores del turco y los meses al frente de una escuadra de mínimas proporciones con la misión de mantener el control posible sobre el sitio de Orán  por las tropas argelinas, ahora se encontraba sobre tierra firme  en el empedrado del muelle donde le acababa de dejar su lanchón. Mas  al interior de la bahía con su  bandas mirando a la Isla de Trocadero  y los astilleros de La Carraca  respectivamente, con sus masteleros  apuntando al infinito la “Minerva” parecía haberlo olvidado aunque él sabía que ya no podría  dejar de  recordarla . En  aquella visión ya cargada de nostalgia podía distinguir la que había sido su hogar y su reino, la que ya sentía como parte de su ser,  de ese interior en el que eres capaz de saber lo que significa el miedo, el dolor, el presentimiento, el ardor, la ilusión, la fe con un  simple crujido o un vaivén como puro estímulo  que solo es capaz de entender el corazón de quien por tal cosa respira.  Don Ricardo de La Hoz, sabedor y dueño por derecho de la “Minerva”,  con ceremonial parsimonioso “se la quitó” mientras los hombres rezaban para volver a encontrarse a bordo de quien les demostró que todo es posible si en ello se cree.

La convalecencia de Don Blas sería larga pues  no salió muy bien parado de aquellas calenturas atabardilladas y decidió que debía tomarse aquello como un descanso merecido que cuando el viento, sea del tipo que sea, arrecia no queda más que salvar  lo que vive y esperar a que amaine. Alquiló un sencillo carruaje descubierto en el que disfrutar de la visión  del trayecto hacia la Isla de León a través del istmo que unía la ciudad con lo que podríamos decir la península hispana. En la Isla  de León se encontraba ya la comandancia militar donde  se marcaban los pasos del Departamento Marítimo tan racionalmente definido por nuestro Rey Borbón.  Allí dejaría su dirección donde podría ser llamado para acudir  a demanda en tanto  esperaba destino.

Cruzaba la cortadura del Arrecife cuando en la misma enfilación con La Carraca vio cómo remolcado por  varios lanchones la Corbeta de su amigo Segisfredo Cefontes entraba sobre sus diques inundados.  “¡Segis!” pensó  de pronto como si hubiera olvidado  durante  años a su amigo “otro infeliz  con el rabo entre las piernas”. Sabía lo que aquello significaba. La corbeta bautizada “Santa Olaya” había sido  una presa  arrebatada a los  moros durante  el primer desembarco en Orán. Los reglamentos eran claros. Debía dilucidar el tribunal de presas su  valor y su destino antes de darse de alta en la lista de navíos de la Real  Armada y tras esto se le asignaría su Comandante y  tras ello la dotación correspondiente. Esto hacía que  para el Teniente Segisfredo Cefontes  su estado pasara de “Embarcado” al de “Disponible”. “En cuanto  deje mi situación conforme en capitanía pasaré a  por  Segisfredo” pensó Daniel, no sólo hizo tal cosa, sino que en la propia comandancia dejó las mismas señas  para su amigo apoyado en su rango superior.

-          Podrán localizar tanto al Teniente Segisfredo Cefontes, como a mi persona en la Hacienda “El Soberado” propiedad de don Diego García de Trujillo sita en la villa de Torremelgarejo  cerca de Jerez.

Con un cansino asentimiento del  escribiente casi tan cansino como sus trazos sobre el papel timbrado de la Real Armada quedó la gestión   cumplida.

-          ¡Cochero, al Astillero! ¡Rápido!

Justo bajo la  entrada un despistado y aturdido mareante sobre   suelo  firme deambulaba sin mucha claridad  de rumbo al que enfilar. Casi sin que el polvo del camino alcanzase al carruaje de un grito   simple los dos hombres cruzaron sus miradas y  sin falta de  garfio  con el que aferrarse, ya estaba Segisfredo sentado  al lado de su amigo Daniel tras el salto sobre el estribo del pequeño carruaje.

-          ¡Buena hora sea esta que desconozco! Ya creía que el sol  me iba  a fundir mientras encontraba un  carruaje que me llevara a Cádiz. Aunque veo que no es hacia allí donde nos lleva  el tuyo.
-          No me des las gracias con esa cara de  tonina pánfila. Será mejor que me ocupe de tu alojamiento no sea que  te apresen en medio de una refriega con marido ofendido sobre las lágrimas de dama mancillada por  tus encantos. Vamos a  la hacienda de mi tío adoptivo cerca de Jerez. Allí estaremos  cómodos, cerca de la tentación de cafés, teatros y saraos gaditanos pero  a refugio en su calma  mientras nos  ofrecen destino.
-          Pero no he comunicado mis señas a Capitanía.
-          Nada que no haya hecho ya  en cuanto vi tu “Santa Olaya” remolcada a los diques  donde la  infravaloren esos malditos contadores que mal rayo los parta.
-          Gracias, hermano.
-          Pórtate bien y con solo eso ya me lo habrás agradecido.

Una jornada transcurrió en el viaje hasta la comarca jerezana donde se encontraba la Hacienda. Jornada con parada  en  una quinta donde llenaron sus estómagos de  legumbres ya olvidadas, regadas en buen vino de la tierra  para rematar con un aguardiente  como verdadera andanada que azuzó el sueño de  casi la parte  que restaba para   el fin del trayecto.

-          Señor, “El Soberano”
-          Gracias, cochero. ¡Teniente, arriba!

La hacienda después de un año largo,  como no podría ser de otra manera,  mantenía su aspecto. En la puerta  de entrada unos andamios ocultaban los pórticos en los que se apreciaban los trabajos de canteros donde al acercarse  comprobó Daniel que labraban el escudo  de la casa. No era época de vendimia  y las ya más de mil fanegas de extensión  aparecían en silencio  preparando su tesoro para la vendimia en el aún lejano septiembre con el pequeño palacete al final  del camino  en una pequeña loma  con toda la industria  de la vid a su alrededor para su vista y buen hacer. Tras ella, unas lonjas  mezcla de las antiguas y otras de nueva construcción iban copando parte del terreno  baldío demostrando que  el tercio de  frutas y vinos prosperaba  con la casa de Contratación en Cádiz y  el nuevo régimen borbónico que estaba en claras por su apoyo.


Nadie apareció en un primer instante en el que el cochero  descargaba el corto equipaje de ambos marinos. El sol se mantenía en su agonía silenciosa para dar su despedida en menos de dos horas.  Con timidez pero  decisión pues no había otra enfilación que la de la puerta del pequeño palacete, Daniel golpeó su aldaba esperando ver a su tío adoptivo. Un criado  de poca edad a quien no conocía Daniel abrió la puerta con cara tan solemne como poco  real en su papel.

-          Buenas tardes, señor. ¿Qué desea vuestra merced?
-          Buenas sean. Deseo  ver a Don Diego Garcia de Trujillo
-          ¿A quién debo anunciar?

En ese momento Daniel recobró parte de su saliva, hinchó su pecho con todo el orgullo que podría caber en su  costillar y disparó

-          Al capitán de fragata Don Daniel Fueyo y Liebana
-          Pasen y esperen un momento, pasare a anunciar a su persona.

Con cara de no saber si estaba en la hacienda de su tío o en la del  Duque de Alba, Daniel pasó seguido por Segisfredo  tal y como les indicó aquel criado sin librea pero con unos aires que  pareciera hubieran errado de Hacienda.

Todo aquella parafernalia se vio por fortuna destripada con las zancadas sin  decoro que ya se podían escuchar desde  la entrada.

-          ¡Daniel! ¡Has vuelto! ¡Dios mío! ¡A mis brazos!

Abrazos, besos, saludos, abrazos y más besos. Había transcurrido un año y  aquella visión real  para Diego García  casi  acaba con su  salud en esos momentos de frágil estado.

-          Diego, este es mi amigo Segisfredo Cefontes. Venimos a tu casa  para  quedarnos si tienes a bien hasta que nos llamen.
-          ¡Por Dios, Daniel! Esta es tu casa y la de quien tengas a bien traer contigo. Pero, pasa y  siéntate. Estaréis cansados del viaje y yo también necesito  sentarme que  no está mi salud en su mejor momento.   Además  tendrás que contar tantas cosas. ¡Francisco, recoge el equipaje de los señores y prepara sus  habitaciones! ¡Mariana, prepara un refrigerio para nosotros en el patio!...



viernes, 23 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (118)


…Vítores, y celebraciones que  fueron  cortas por deseo del almirante pues deseaba  regresar a España con la mayor premura posible. Consideraba de urgencia  dar cuenta de lo ocurrido y de lo que tras  descubrir en confesión de uno de los capitanes del Bey entre los prisioneros  se hacía imprescindible   plantear  a sus superiores.  El navío del bey realmente no  había huido sino que había embarcado más al este en  sus   bodegas  una compañía de soldados turcos y diversos pertrechos que debían apoyar al ejército retirado  algunas leguas al este de Orán. Además se planeaba desde Constantinopla, permítanme llamar así a lo que los turcos ya desean que se conozca como Estambul, Dios nuestro señor no lo permita, el envío de socorros. Por lo que se planteaba como acción clara  el control del paso por el canal de Sicilia, 80 millas entre la  isla de su mismo nombre y el Cabo Bon  al norte de la extinta Cartago. Quizá fuese una falsa confesión por parte de  aquel capitán turco, pero debía preverse  un control del paso en ese canal, pues  si como parecía la Sublime Puerta estaba decidida a retomar sus deseos de apropiarse esa parte de mar cristiano  eran los nuestros lo que debían volver a frenarlo como  siglo y medio atrás.

Puerto de Barcelona S. XVIII
Tras  las cortas celebraciones  la escuadra de Don Blas de Lezo partió con destino a Barcelona en la que el 15 de febrero de 1733 entraba victorioso la orgullosa  escuadra.  No permitió desembarcos de  marinería con la orden de mantener a todas las dotaciones a bordo de sus respectivos navíos. Tal situación después de lo vivido a bordo además de lo  sufrido en combate  por las dotaciones lleva a mantener la guardia con muerte al que  trate de desembarcar con el cargo de deserción escrito en la soga que   lo cuelgue de la verga del trinquete. Blas de Lezo no quería que se volviera a producir un contragolpe  que desbaratase todo lo recuperado y en un primer paso  reforzado. Por ello envió sus informes a la espera de una respuesta de urgencia.  Respuesta que no tardó en regresar con los deseos de Don Blas cubiertos hasta la galleta. Embarcaría cuatro batallones mas para el castillo de Mazalquivir y bajo su responsabilidad establecería el control y vigilancia entre las costas de Berbería y las cristianas de  Sicilia hasta donde su capacidad  y la de sus naves permitiesen.

No alcanzó el mes de marzo cuando  su escuadra desembarcaba los batallones como se le había encomendado y  organizaba las patrullas sobre el Canal de Sicilia en el que él mismo decide participar. No eran estas costas  favorables  a las armas españolas. Al sur  la influencia del turco era patente, aunque su fuerza no  pasaba  sobre la mar de ser testimonial ante la  potencia de las naves de nuestro pabellón, al norte tras la guerra civil   ya pasada  por el Reino y su sucesión se habían perdido estos territorios a favor del  imperio austriaco. Esto  significaba que  no serían bienvenidos  sus barcos en caso de necesidades por reparaciones o aprovisionamiento, algo que su majestad católica por la mano del Duque de Toscana, Don Carlos, y futuro Rey  de España con la venia de su padre solucionaría un año después devolviendo el Reino de Nápoles y Sicilia a la protección hispana.

Dos meses mantuvo su escuadra  vigilado el canal interceptando pequeñas embarcaciones que nunca  representaban la amenaza que aquél capitán del batallón turco había confesado. La situación debido a la falta de apoyo logístico comenzó a deteriorarse por la descomposición de los víveres y  el agua.  Esta situación provocó lo más temido a bordo de un barco   después de un incendio que no es otra cosa que  el brote de una epidemia. En este caso la epidemia era de  tifus que poco a poco al principio, pero con virulencia en pocos días comenzó a afectar a  las dotaciones sin respeto por  quien caía. Así cuando el número de víctimas ya rondaba la  quinta centena se vio obligado Don Blas de Lezo a recalar forzado   en la Isla de Cerdeña  donde podría contar  con seguro apoyo, pues su rey Victor Amadeo en estado de agonía y pronto encuentro con el Creador permitía  en aquellos momentos la neutralidad  con España, algo que   era de interés para su política de supervivencia en un pequeño  reino rodeado por Franceses, Españoles y Austriacos con ansias de expansión.

Con víveres y medicinas recién embarcadas zarpó la escuadra de control de Don Blas hacía España. Él mismo había contraído como la denominaban en  ese momento las “calenturas atabardilladas”.  El 23 de marzo de 1733 la escuadra del  almirante arribó al puerto de Málaga donde desembarcaron los enfermos mas graves entre los que he de   nombrar a Don Jorge Juan y Santacilia, entonces guardiamarina y que tantos logros científicos y beneficios  para los avances en la construcción naval y la Real Armada en su generalidad aportó. El eterno destino es quien marca la derrota de la  historia y sus  actores, ¿quién sabe si dos días de encalmadas hubieran llevado a la muerte a este insigne personaje? Solo lo sabe ese destino tan caprichoso desde nuestra visión, pero que tan claro debe tener sus determinaciones  desde su  castillo inexpugnable.

Con Blas de Lezo gravemente enfermo largó  el ferro su escuadra tras más de dos meses de control y bloqueo del Canal de Sicilia con la certeza casi total de no haber ninguna expedición ni partida de socorro desde el imperio turco para el Bey de Argel.  Había cumplido con su deber junto con sus hombres entre los que se encontraban los comandantes de la corbeta “Santa Olaya” y la Fragata “Minerva”. Como siempre que algo grande e intenso termina, algo en el que se ha tratado de darlo todo por lo que uno cree que debe hacerlo queda después el espacio vacío hasta la  recuperación de la rutina cegadora que  se deberá mantener a raya o  acabará por  devorar lo vivido y la capacidad de repetirlo.

Antes de  que  trasladaran  a Don Blas al Hospital Real  convocó a Daniel Fueyo a su cámara.  Pocas horas después y tras despachar órdenes  e informes para  la  capitanía del departamento a su secretario dio paso al Capitán Fueyo.

-          Pase, pase  capitán. No se asuste por mi aspecto y espero que tampoco le incomode su presencia delante  de un  moribundo.
-          Con el debido respeto no considero a vuestra excelencia  moribundo y  estoy seguro que  sabe que puede contar conmigo para  el cometido que sea menester en cada situación…

Don Blas, sonrió levemente en su maltrago de salud mientras ganaba fuerzas para continuar su  conversación.

-          Bien, bien, Daniel, dejémonos de nuevo de ceremonias. Te escogí  hace ya casi un año para que me ayudases en la preparación de la escuadra que  atacaría  Orán. Has cumplido con creces tu cometido. Tienes tu ascenso como capitán de fragata en pocas semanas confirmado y  estoy seguro que me superarás en el tiempo en valía. Pero la vida  es retorcida y sabes a la perfección que la fragata que comandas  solo estaba asignada  por sustitución del capitán Don Ricardo de La Hoz  y este  la reclamará, que pocas naves son las que dispone la Real Armada de momento para tantos deseos de hacerse a la mar. Por ello te propongo que  en tanto  mi salud se haga con el control de las malditas calenturas estas te tomes un descanso merecido y permanezcas a la espera de mi llamada  que te prometo que será más pronto de lo que sospechas y  más pronto que tarde tendremos una cubierta donde  marcar el rumbo sobre el viento  caprichoso que sople para llevar los deseos de nuestro rey donde este nos lo mande.

No era necesaria mas  propuesta. Daniel Fueyo tenía clara su  lealtad a quien le parecía un  verdadero soldado, marino y con quien  batirse el cobre sin casi platearse la razón.

-          Siempre a su servicio, mi comandante. Cuente conmigo sin dudar.
-          Gracias, capitán. Me agrada contar con vos y  con la divina Providencia que tenga a bien sacarme estos malos humores. ¡Suerte!

La carroza preparada para el Almirante esperaba en el muelle rodeada de  la escolta a caballo que lo conduciría al Hospital Real.  Con el orgullo del reconocimiento  y la esperanza por verlo  golpear su pata de palo de nuevo en cubierta Daniel Fueyo   retornó a la que en breve dejaría de ser su fragata…


Estandarte del Teniente General Don Blas de Lezo y Olavarrieta



miércoles, 21 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (117)


…Con el viento sobre  la aleta de estribor, a barlovento de las fortalezas  semiocultas  entre la lluvia recia de aquél febrero  haciendo de aliada cortina sobre los nuestros, la “Santa Olaya” y la “Minerva” se abrieron sobre los flacos al este y al oeste del objetivo mientras como un fantasmagórico gigante  el navío del almirante  de forma pausada presentó sus 35 bocas de fuego de la banda de babor   frente al navío del bey  que en los límites de su calado sobre los bajíos de la costa argelina trataba de  protegerse por las fortalezas. Los gritos de alarma  entre la tripulación sarracena dieron paso a  dos salvas   desde los castillos de proa y popa del “Princesa” conminando a  rendirse  sin presentar combate. No iba a ser tal cosa  un sueño a cumplir, sueño falso  que fue roto con la detonación de las baterías a  ambos castillos de Mostagán. Tal cosa era lo esperado y la contestación desde el “Princesa” no se hizo esperar. Los 35 cañones en su mayor ángulo  de elevación posible para dañar los  muros  y baterías  vomitaron su veneno en forma de  hierro mientras el navío argelino,  con el viento por la aleta trataba de darse a la fuga con rumbo oeste. La “Santa Olaya”  no dio  momento de respiro y  con sus  cañones de 16 y 8  libras, como de una aparición inesperada a sotavento del navío   hizo fuego sobre aparejo y  arboladura de este.

Un grito de júbilo coronó la salva,  no habrían soñado con semejante diana. El palo macho de trinquete había quedado muy tocado con riesgo de quebrase y con ello llevárselo entero desde la carlinga hasta su tope, mientras, a popa,  el palo de mesana  quedó truncado desde  su mastelero de gavia. Ahora había que largarse de allí o la furia de sus cañones   de la banda de babor podrían dejar reducida a nada la corbeta del Teniente.

-          ¡Proa nornoroeste, piloto! ¡Nostromo, velas a  la caza de lo que sople por mis muertos¡

La corbeta ganaba en distancia con el viento de través mientras el desorden en el navío argelino reinaba  como si la diosa Eris hubiese   tomado el mando de la nave. Tan solo a proa sus dos cañones de caza lograron disparar   sobre la “Santa Olaya” a la que dejaron  el fanal del coronamiento de popa  para recomponer por el maestro carpintero y una perfecta circunferencia en la cangreja que  dolió como si profanase el honor de su reina  el mismo Sultán de la Sublime Puerta. Mientras el “Princesa”  mantenía sin tregua el fuego sobre las fortalezas evitando  ser  blanco de sus baterías la “Minerva” como  rayo sobre la  ensenada de Mostagán  enfilaba su roda sobre el costado de estribor del tocado y falto de maniobra navío del Bey en aquellos momentos. Los infantes apostados sobre las galletas de sus tres palos y los más  temerarios aferrados a los masteleros apuntaban ya  a  la cubierta en busca de los oficiales y  sobre todo  del bey si es que  aún mantenía sus reales allí.

-          ¡Caballeros, preparados para el abordaje! ¡Listas las frascas incendiarias allí arriba y  preparados los garfios de abordaje! ¡A mi orden!

La maniobra  bajo la incesante lluvia que  dejaba poco a la visión, junto al desorden del navío,  fue de dibujo sobre la carta de navegación. Segundos antes de que  el bauprés de la “Minerva”  alcanzase la mitad de la eslora del navío argelino los infantes  dieron aviso de muerte con sus salvas mientras las frascas  mas afortunadas en su lanzamiento sembraban de fuego el combés.  Los garfios volaron sobre la batayola de estribor de este aferrándolo a la fragata que dio su salva de metralla y fuego antes del grito de su capitán.

-          ¡¡¡Por España, por el Rey!!! ¡¡¡A por la victoria!!!



El grito preludio de la furia propia, tan temida por britanos, holandeses y quien estuviera frente al rey católico  en un abordaje se  cumplió sobre aquellos hombres ya derrotados de facto, aunque por sabedores de su futuro  sobre el banco de alguna galera de aquél mismo rey, como fieros guardianes cada uno de su libertad como almas  de acero defendían a sangre y fuego su condición. Daniel Fueyo buscaba con  ansia el trofeo más preciado, mientras  se combatía a tocapenoles sobre cubierta,  con decisión   en su ánimo, el sable en su mano derecha y un buen pistolón humeante en su mecha en la izquierda  se dirigió a la cámara de popa donde podría encontrar las babuchas del bey y  con un poco de suerte  el cuerpo que las calzaba. No era necesario abatir la puerta,  pero una entrada con violencia  sería más efectiva en caso de encontrar  resistencia. De una patada echó abajo la puerta   dejando a la vista la luz de los ventanales intactos a pesar del cañoneo. Dos hombres esperaban   entre la luz  y  su sable.

-          ¡Rendíos y viviréis!
-          ¡Rendirse es morir en vida! ¡Por el Bey, por  nuestro Dios!

No era el bey, o al menos eso trataba de parecer aquella actitud, mas  la duda en esos momentos era algo insignificante comparada con la  victoria sobre los dos hombres y  con ella la vida. El que contestó fue el que acometió sobre Daniel  que  detuvo  su acero con el sable mientras  por su costado  alcanzaba observar  cómo el otro hombre se aprestaba a clavarle el suyo en su costado derecho. Un segundo, el instante eterno que siempre te devolverá la imagen en forma de recuerdo  fue suficiente para  aflojar la fuerza  con la que resistía el sable del otro y  jugarse con  la tensión sobre un pulso descompuesto la vida a una bala de su pistolón.

La detonación no dio tiempo a comprobar si  eran ya parejos en el combate pues la flojera momentánea en el pulso acero con acero  derribó a Daniel con el sable sarraceno   clavando el filo  como quilla sobre su  pecho.  Fue ese momento en el que  se unieron el dolor, la rabia y la muerte tan cercana como la del que recibió la bala. Cayeron ambos sobre la alfombra que  decoraba la cámara del  huidizo Bey.  Un puño con la fuerza metálica de la desesperación por recuperar la vida de las manos de aquél filo y su portador lanzó al moro sobre la cureña del cañón que  sobre el mamparo  de estribor   descansaba sin ningún servidor. Aún sobre  este, Daniel, incorporado, cubierto de sangre en su pecho,  con la furia cargada hasta la galleta y sin piedad   se abalanzó   clavando su sable sobre el pecho de quien solo tuvo el instante de vida para cruzar sus ojos con los  dos puntos rojos que  trataban de ver a través de la sangre que los  enturbiaba. Por un instante no había ningún combate, humo, explosión, victoria o  derrota, tan solo el silencio del fin  como muerte consumada y la paz como  resignación tras esta. No llegó a más que ese instante, pues los gritos de la victoria en cubierta devolvieron a Daniel Fueyo a su realidad, tras  observar a los que querían matarle y que la Providencia tuvo a bien enmendar su razón.  Subió cubierta donde sus hombres acorralaban a unos hombres  que se sabían galeotes  de por vida  a bordo de galera cristiana.

-          ¡Mainar, Hágase cargo de esos hombres! ¡Antúnez saque el navío de estas aguas y  entreguemos el trofeo a nuestro almirante!
-          ¡A la orden, capitán!

Quedó Antúnez   al mando de la maniobra con un  grupo de hombres de la “Minerva”. Daniel  y el resto de la tripulación volvieron a la fragata  para  enfilar el rumbo a Orán con el navío  como triunfo y la victoria como sostén de su sacrificio. La lluvia  cesó como  negándose a limpiar la carnicería pintada sobre la cubierta mientras las ahora cuatro naves  regresaban hacia el oeste y   en la enfermería de la Minerva saturada quedaba ya grabada  de forma basta el dibujo eterno del filo  que pudo haber sido el fin de nuestro capitán…



lunes, 19 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (116)


…Trascurrieron los tres días  en febril actividad a bordo de la “Minerva”. Materiales  que  manaban sin limitación  por orden del Almirante desde los buques de aprovisionamiento dieron al palo de mesana una nueva vestimenta  para su jarcia firme tan dañada tras el combate. Los estays de  mesana y sobremesana que lo afirmaban al palo mayor y las burdas de perico que mas parecían suspiros  del hilo divino  con que tejer nubes fueron   renovados, por su opuesta a proa la jarcia del botalón de foque  bien aferrada y nueva  dejó asegurada  aquella parte también dañada;  del velamen se recuperó la lona que  con seguridad se  podría contar para  aferrar y engolfar  el soplo de  los eternos monarcas  de los vientos reales. Aún así   se ganaron como lona de respeto gavia y velacho bajo  y un juego de petifoque, foque y contrafoque que   se ofrecieron y  sin dudar se aceptaron  por el maestro velero. Pintura, carpintería y  demás oficios devolvieron a la “Minerva” su orgulloso  aspecto, el de quien se ofrece como verdadero  lebrel de los mares. Nave donde cualquier marino desea verter sus miedos sobre olas  y vientos hasta derrotar horizonte y tras  su victoria, largar el ferro  vestido con la arrogancia de la juventud derramada por sus líneas puras de mar  como  el puro placer de sentirse parte del Todo.

El atardecer del cuatro de febrero de 1733 vio doblar el cabo de Agujas la corbeta “Santa Olaya”  tras tres singladuras  de  búsqueda. La reunión en  el navío “Princesa”  fue convocada  dos horas después donde,  además del Capitán Fueyo y el Teniente Cefontes, acudió el capitán de infantería Manuel Torralba con el que conformarían el quinteto  junto a Don Blas de Lezo. Las informaciones tanto  del Teniente Cefontes con lo que pudo avistar sin correr riesgos, como de los informadores  que  desde tiempo atrás ya contaba la corona a sueldo entre los propios  hombres del bey fueron coincidentes.

-          Bien, caballeros, al parecer  ese navío donde se guarda el Bey parece  abrigarse   sobre la fortaleza de Mostagán.  Creo que no hacen falta más  argumentos para  alistar las tres naves y poner proa hacia  ese lugar al este del cabo de Agujas.
-           Con el debido respeto, almirante. No es una fortaleza, sino dos, están bien armadas y si le sumamos los treinta cañones de la banda  con que se defienda desde el navío  el ataque no será una acción sencilla. Además nuestras fuerzas de tierra   habrían de recorrer más de  11 leguas en territorio hostil y  no llegaríamos a tiempo y en forma  prudente para dar una carga que   debilitase  el flanco de la mar en vuestra ayuda. Lo siento Almirante, creo que  la Real Armada deberá  combatir en solitario por ese trofeo. Créame que lo lamento…
-          ¡Don Manuel! Nada se acaba por saber tal cosa, que en nuestra España de las acciones navales de su propia armada tampoco se sabe, mas  eso no es  menester para que  nos batamos a sangre y fuego por  nuestro reino y nuestro rey. Mantened a raya al moro y si es posible ganad leguas al este mientras nosotros nos hacemos con el  navío, con el Bey y  con lo que guarde entre sus cuadernas. Caballeros, al alba   sobre el cabo de Agujas. Vos, teniente, abriréis   la estela al capitán Fueyo y a mi “Princesa”.  Una vez a su barlovento   plantearemos  el ataque. ¡Por  el Rey, por España y por la Real Armada!

Aquél brindis cerró la reunión. No hubo ágape  y todo el mundo  retornó a sus puestos con las órdenes claras. La mañana del 4 de febrero  la caza  daría comienzo sobre el orgullo del bey de Argel, y sobre él mismo si es que aún se encontrase allí...



-          ¡Arriba y clara!

Con aquella voz dada con  rotundidad  desde la proa, la “Minerva” aferraba  aparejo y velamen para  cazar el viento al rumbo marcado por la “Santa Olaya”,  mientras a popa de su estela los 70 cañones del “Princesa” poco a poco ganaban velocidad con el aplomo de alguien que se sabe grande y por ello  de mayor enjundia en el viento a cazar. La pequeña escuadra en permanente zafarrancho de combate dobló el Cabo de Agujas donde la bahía se abría en carnes  dejando a  unas 25 millas  la  ciudad fortificada de Mostagán en puro rumbo este.  El viento  del nordeste, puro gregal cargado de agua no dejaba a las claras más que una opción.

-          ¡Capitán, orden de la capitana!

  Las señales  no admitían duda, navegar de bolina  frente al gregal cargado de agua para ganar barlovento frente a las dos fortalezas  para llevar algo de ventaja frente a sus cañones  sobre tierra firme.

-          ¡Timonel, dos cuartas a babor!  ¡Proa con  la “Santa Olaya”! ¡Pegados a su culo, por las barbas del  bey  antes de que  se las arranquemos! ¡La mitad del aguardiente a bordo por sacarle un cable a esa corbeta!

Entre la lluvia que los ocultaba de las fortalezas, aprovechaba el capitán Fueyo para  dar  rienda suelta a las ganas de  sentir el vigor de la unión sin sangre de por medio y qué mejor acicate y  solución para tal cosa que competir con  un  propio como la  “Santa Olaya”. Nave ligera más que su fragata, pero con menos trapo con el que atrapar fuerza divina en forma de viento. Desde la corbeta no faltó un segundo en el que se diera orden de largar trapo en cuanto la proa de la “Minerva” comenzaba a hocicar por  ajustarse al viento en pura ceñida cargando masteleros y mastelerillos donde los hubiera  por poner. Dos rectas de espuma hirviente  parecían querer ascender  de la propia mar tras dejar que  sendos  codastes como cuchillos a popa las  trazaran. La mar en  pequeñas flechas vestidas de rociones se clavaban sobre las pieles de  ambas tripulaciones por tratar de detenerlos en su afán de ganar  una proa contra la del  otro. La serenidad y limpieza de la fragata que parecía decidida a cortar el océano en dos mitades contrastaba con la  corbeta que como cabra de mar salvaje  saltaba sobre cada ola    para  enfundarse de mar hasta volver a despejar su cubierta  vomitando  mares en sus  disimulados imbornales. Desde el ”Princesa” una sonrisa  se dibujaba    en el rostro de Don Blas, mientras su único ojo taladraba la inesperada regata a través de su largomira.

Ambas naves  como si del mismo  poder se sostuvieran mantenían sus bordas  estribor babor respectivamente casi  unidas entre golpes de espuma que   refrescaban los rostros de sus servidores a ratos aferrados a  los aparejos a ratos mirando con vehemencia y cargando los gestos entre obscenos y retadores sobre los de la nave contraria. La “Santa Olaya” luchaba con su levedad volando casi sobre la ola de corto recorrido tratando de  ganar un nudo sobre la serena fragata, pero la verdad  como siempre se  impuso sobre la ilusión y el  mayor  trapo sobre  la “Minerva” dio las alas suficientes para ganar el cable que diera la victoria al tener por el través de la  aldea de Besri. Bien seguro se veía que  ya no quedaría aguardiente  en la Minerva, pues  con la euforia estaba claro que la otra mitad sería para quemar el navío del Bey. Varias horas más tarde  el navío del Almirante   se puso en facha frente a  ellos. No hubo tiempo a  preparar consejo,  ni siquiera a establecer una táctica pues las señales desde la capitana lo dejaban claro.  Bajo la protección de fuego del “Princesa” sobre las dos fortalezas las dos  naves menores   darían el golpe de gracia sobre el  navío argelino. 


Serenas, en este caso con  el gregal sobre  la aleta de estribor y el barlovento dando su pequeña ventaja sobre aquellos  dos “navíos en tierra”  y la sorpresa apoyada en el gregal cargado de nubes y lluvia como arma que bloquease   junto a la primera andanada  la victoria parecía acariciar la tensión de sus corazones…


miércoles, 14 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (115)




Vista de Oran y el Castillo de  Mazalquivir (S XVIII)
…El tambor llamando a zafarrancho despertó a Daniel de su primer  descanso en verdadera calma, seis horas de sueños ya olvidados, reparadoras horas a las que le seguían comprobar el estado de su nave y de  la dotación mientras   desde  la toldilla podría contemplar desde su largomira la batalla que se prometía más al sur frente a Orán.  Rápido, como siempre al  salir del camastro, Daniel se embozó en su uniforme  ya casi perdido su color y con una necesaria entrega al  “pañol grande” para  enfundarse otro de nueva factura cuando arribase al fin a puerto  seguro. La visión de cubierta le alegró la mañana  donde pudo ver a sus hombres con el gesto sereno, tanto tiempo atrás perdido,  y listos en sus puestos a la espera de la orden de su capitán; algo que lo reforzaba más aún en su creencia sobre la condición humana  que es capaz de arrostrar los mayores sacrificios por algo tan simple que es la confianza mutua, la disciplina engarzada al valor que infunde saberse arropado por un buen líder, donde la comprensión de las debilidades da alas a quien las porta que a la postre somos todos en nuestras infinitas versiones humanas.

-          ¡Teniente Antúnez, mantenga la nave en facha y lista   a una llamada  desde la capitana! ¡Anule el zafarrancho y que se pongan todos a  las órdenes de los carpinteros para recuperar el estado de la nave! No es domingo pero  ración de comida y bebida como si lo fuera y doblada. ¡Mantenga atención a la señales de la capitana!
-          ¡A la orden, Capitán!
-          Martín, súbame las tostadas y ese café que nos embarcaron ayer a la toldilla, hoy deseo sentirme como en casa.

Su asistente, Martín de nombre  con desconocido apellido, fue algo que se vio obligado a adoptar cuando el jefe de brigada de la artillería de los cañones de babor casi lo  convierte en metralla tras un error que casi los  vuela a todos en medio de uno  de las  decenas de combates tenidos  durante  el sitio y la espera de refuerzos. No era Martín un hombre con agilidad mental normal, pero desde luego era válido para  las labores  de sencilla ejecución y donde  los cambios no fueran a golpe de cañón.

-          Si, capitán.

Nunca pensó Daniel Fueyo poder  contemplar el  fin del sitio de Orán desde  aquella posición de observador privilegiado.  Los casi 200 cañones de  las bandas amuradas a la costa de los seis navíos  comenzaron a bombardear con  todos sus calibres al alcance de la playa provocando un efecto  devastador, mas por las explosiones y el pavor  sobre los que ahora se veían envueltos entre dos frentes sin saber donde iba a caer la siguiente  bala de cañón que por el daño real sobre sus carnes y armamentos. Tras dos horas de intenso fuego sobre las fuerzas  moras, una señal desde la capitana con la seguida respuesta desde lo alto de las murallas de Orán hizo que las puertas de la ciudad se abrieran como las aguas del mar rojo se cerraron para los ejércitos del faraón, cargando las tropas encerradas tantos meses con la furia del desquite y la ventaja de saberse superiores en ánimo, en fuerza y en sus posibilidades de victoria. Otra señal desde el navío “Princesa” dio orden al desembarco que, bajo la protección casi innecesaria de varios lanchones armados   de infantes que descargaban  su carga de plomo sobre los pocos que trataban de evitar este, se desenvolvió como una pura descarga de pertrechos y hombres sin enemigo. Un enemigo que  comenzó a sentir que el pánico superaba los gritos de sus mandos y  la huida hacia el este pasó de  una retirada en orden a la desbandada por la supervivencia.

La  victoria no llevó mas de seis horas desde la primera andanada sobre la playa hasta que los últimos soldados berberiscos  por dignos cayeron resistiendo encerrados en  una bolsa donde las tropas del Conde Bena Masserano no pudieron alcanzar a detener la furia sangrienta de los  soldados sitiados. Hombres con aspecto humano, pero  en esos momentos  con sus almas  sepultadas sobre la  furia propia del fragor en la batalla, a la que  el odio recargado tras meses sin otra imagen que las  vejaciones y  torturas sobre los hombres que  enviaban de correos o en busca de  alimento y eran capturados por los ahora rodeados, les infundía la sed brutal y sin sentido de la venganza en caliente.

-          ¡Dios mío!  No es esta la guerra por la que  combatimos, Antúnez. Los están destrozando. Me avergüenzo de lo que ven mis ojos.



Un silencio  sobre la cubierta de popa  fue poco a poco alcanzando el alcázar hasta la raíz del bauprés que por suerte  no podía observar tal carnicería sin justificación por parte de quien se considerase  humano.
La furia dio paso a  la celebración tras las debidas operaciones del ejército reforzando en un radio de una legua con todas las lomas y puntos críticos en un contragolpe  susceptibles de ser punta de lanza de nuevo contra Orán. Aún así no deseaba Don Blas de Lezo zarpar a España sin dejar la situación clara y en franquía para quienes allí quedaban   como  bastión hispano frente a la piratería y el turco. Para ello mandó reunir a su estado mayor  para  planificar las próximas semanas los pasos a seguir desde su visión más allá de lo puramente naval.

Tras ello mandó llamar  a los comandantes de la “Minerva” y la “Santa Olaya”. Estos cada uno en su lanchón o esquife, según el tamaño de su nave,  acudieron al “Princesa” para  la reunión con el  Almirante. Por la hora ya entrada en  el atardecer estaban claros que si el humor era bueno tendrían una buena cena que  azuzarse por el gaznate.

De nuevo, como en la anterior ocasión, el Capitán de navío De las Cuevas os recibió a ambos y los condujo a la cámara del Almirante.

-          Buena hora ésta en la que dos jóvenes oficiales me hacen sentir ya viejo. Capitán Fueyo y Teniente Cefontes, tomen asiento y dejen el ceremonial que hace  nada me he pasado entre altos mandos de tierra y mar y me duele este solitario brazo de tanto saludar. ¡Pase!

El jamón apareció con  el vino que seguía tan bueno como la última vez.

-          Caballeros, la victoria   ha sido fácil pero no es completa. No pararé hasta dar caza a ese navío con Bey o sin él que perdieron dos  de mis mejores hombres  por entrar al trapo de una galeras  de lo que solo agradezco haber podido liberar a sus galeotes hermanos nuestros. Pero como les decía, he establecido con las fuerzas de tierra abrir más el espacio controlado por nosotros hasta  donde  sea posible por tierra al este, sur y norte que garantice la seguridad de la plaza, pero me  preocupa la existencia de ese navío que con  algunas naves menores o galeras, no me importa su porte, puedan bloquear  o incluso atacarnos cuando dejemos esta  rada la mayor parte de la flota en la que esta vez les incluyo a ustedes con sus naves. Por ello con ayuda del ejército, sus manejos entre confidentes y espías y vuestras dos naves, ágiles y rápidas, además de menor calado que mis navíos podamos entre todos,  y me incluyo con mi barco, dar caza a su símbolo vestido de 60 cañones.

Ambos entre  bocado y sorbo de vino asintieron con la misma convicción.

-          Vuestra merced dirá  nuestra misión, Almirante.
-          Vos, Cefontes partiréis a bordo de su corbeta hacia el este barajando la costa sin correr más riesgos de los necesarios para garantizar su retorno e informarnos cada 48 horas. Mientras  vos, capitán Fueyo  terminará sus labores de reparación y aprovisionamiento para estar listo en otras 48 horas.  Con vuestra información y lo que nos aporten desde tierra partiremos en tres días hacia donde se suponga se oculte es  hijo de  turca malparida… 


lunes, 12 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (114)


…  -     ¡Permiso para subir a bordo!
-          ¡Permiso concedido! ¡Capitán de navío De las Cuevas  a su  disposición!
-          ¡Capitán de Fragata Daniel Fueyo! El almirante me  ha citado en vuestro navío…
-         Si, capitán. Sígame por favor. Es un honor recibir a bordo del “Princesa” a un  héroe como vos, señor. Permítame trasladar nuestro orgullo a vos y a toda su dotación que con tanto sacrificio y peligro por sus vidas han mantenido a raya a  esos endemoniados piratas sarracenos  azuzados por el Turco que Dios nuestro señor lo confunda.
-          Nada que no hubieseis  cumplido vos y cualquier marino bajo la bandera de nuestro Rey Católico.

La cámara era enorme como la de un navío de 70 cañones, este de mayor eslora que los  de su misma clase britanos y de una estructura y diseño  copiado tras su gloriosa captura por los britanos en un combate de tres  contra él, en el que  destrozó uno, hizo huir al otro y tras seis horas de duros combates tuvo que rendir el pabellón su comandante Don Pablo de Agustín Aguirre.   Fueron los britanos quienes se maravillaron del diseño  hispano de nuestro insigne Gaztañeta al que a partir de aquel momento trataron de copiar  en gálibos y  líneas de agua. Como les decía no era la cámara del "Princesa" comparable con la de la "Minerva", aunque los mamparos desmontables y sus respectivos cañones para servir contra el enemigo se presentaban de la misma  manera. Quien no tenía igual, fuera el barco que fuera, era quien portaba su gallardete en el tope del palo mayor. Don Blas de Lezo y Olavarrieta. Con  su  brazo vivo lo estrechó entre su  robusto cuadernal de piel y huesos al bueno de Daniel Fueyo, que  por más que lo sintiera cercano nunca podría  esperar semejante familiaridad  para con él.

-          Mi Capitán de Fragata Fueyo. Bravo  como debe de serlo un  comandante de la Real Armada.  Habéis cumplido  como  se le exige a vuestro mando y  tened por seguro que será  llevado vuestro  servicio a las instancias más altas que este jefe de escuadra pueda hacerlo en cuanto terminemos con  esos malditos hijos de rabiza turca. Os quedaréis a cenar  conmigo  esta noche en la que espero nos relatéis vuestros combates contra  nuestros enemigos a los que daremos con su medicina mañana en cuanto confirmemos la disposición de las tropas  de la ciudad y el castillo. Para ello necesito un informe de situación  de la costa al este y al oeste de  esta posición, no deseo encontrarme con sorpresas  que distraigan a mis naves de su principal objetivo. ¡Pase!

Con   miedo mezclado de respeto el paje de Don Blas, algo entrado en años  para tal fin, les sirvió  buen jamón  cortado con el mejor vino de la bodega del almirante. Daniel casi se olvida de los requerimientos de su superior con aquellos olores  casi olvidados.

-          Pero  qué clase de  jefe puede llegar a ser quien no mantiene a sus hombres  con sus necesidades  cubiertas. ¡Coma, por Dios! Mejor, comamos y bebamos algo  y me vais describiendo la situación que os  demando.
-          Gracias mi comandante.  Comenzaremos por el oeste. Esa zona la conocéis  del anterior desembarco hace medio año. La playa de las Aguadas es un buen lugar para el desembarco pero no para defenderlo por mucho tiempo por lo que no hay allí fuerzas  a excepción de pequeñas patrullas que   tratan de  controlar la retaguardia del castillo; no son amenaza para nuestras fuerzas pues no disponen de flota  salvo algún lanchón  con el que en ningún caso serán amenaza a  cualquier cañón menor de alguna de nuestras unidades de trasporte si llegara el caso. Con permiso.
-          ¡Sírvase, sírvase, capitán! Deme su vaso que le escancie  de este vino  antes de que se nos ponga recio.
-          Gracias. Como le decía, por el oeste no hemos de temer reacción alguna. Por el este la cosa cambia, aunque  salvo el navío que se nos fue dudo que presenten batalla con los que puedan disponer entre el cabo de Agujas y  los puertos que acaban a mas de 200 millas al este con Argel.  Convendría apostar  algunos lanchones armados  al este que pudieran dar aviso de alguna vela o galera que tratase plantar  cara a los nuestros, creo que nada más mi comandante. Por lo demás tened claro que los situados están deseando  salir bajo nuestra cobertura    para devolver lo pasado. Y por gas a fe que lo harán bien.
-          Si algo de todo esto que sucede tengo claro es que así será. Disponemos del código de banderas  y estamos coordinando la batalla de mañana en la que tras nuestro fuego   en el que  los barreremos, serán primero ellos los que  tras el desconcierto y los daños  causados   carguen sin piedad  mientras procedemos al desembarco de los  hombres que comanda  el Conde de Bena Masserano, Don Guido Jacinto, a quien os presentaré en la cena. Ahora adelantadme algo de vuestros  días de comandante de la pequeña división  y  vuestras venturas y desventuras frente a las galeras del Bey. ¡Paje, mas jamón!...

La cena se  convirtió en una continuación de  la velada,  tan solo interrumpida  por  la llegada de informes sobre la situación desde los sitiados y las órdenes oportunas dadas a su estado mayor a bordo del “Princesa” para la  jornada del combate del día siguiente. Tan solo faltaban en aquel espacio limitado de madera por los cuatro costados de unas damas que aliviaran el peso de tanto uniforme y alto mando militar que abarrotaba la cámara, pero  no era el momento ni el lugar donde disponer de semejante bendición a la vista y la conversación. El vino dio paso al aguardiente tan severamente prohibido en la Real Armada y con este al relato de las   decenas de combates y anécdotas  pasadas en la dura misión como comandante de aquella exigua  escuadra. Con mas  mareo de tierra  que de mar  y  la noche   entrando en carnes sobre la mar se despidieron  todos los mandos, no sin que cada uno felicitase a Daniel Fueyo por su actuación en tales condiciones. Como pudo,  entró en su cámara donde una nota de su amigo Segisfredo le decía “te he robado a tu amiga espirituosa, no cuentes con su rescate porque ya es mía”. Ninguno de los dos participaría en el combate pues los suyos  necesitaban descanso y recuperarse de lo vivido y la corbeta del Teniente Cefontes se mantendría en labores de protección del convoy al norte de este mientras se procediera al  desembarco.

-          ¡Arrieta! Al alba y con la señal de la  capitana toque a zafarrancho y prevención para el combate. Aunque no  seamos parte de la fuerza naval  que lo haga estaremos pendientes y atentos a lo que suceda.
-          ¡A la orden, mi capitán!

Como un niño al que le regalaron su primer  juguete, agotado de jugar con él se acostó  en su cámara por primera vez desde hacía muchos meses  para dormir como un lirón lo que  decidiera  la bandera de zafarrancho de  Don Blas de Lezo. “Siempre avante” fueron sus últimos pensamientos… 




sábado, 10 de septiembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (113)



…Libre de garfios de abordaje, libre de enemigos, con sólo su sangre  entremezclada en la arena esparcida en cubierta durante el zafarrancho convertida fango y ahora vertida por los imbornales  gracias al  baldeo ordenado por el nostromo, la “Minerva” ganaba  espacio hacia el norte de pura vuelta encontrada con la escuadra  hispana. Esta, con el navío Princesa abriendo la cuña de fuerza  junto al navío “León” les dio paso con  el saludo de toda la dotación en zafarrancho.  Un saludo desde la fragata nunca más deseado en forma de gritos  fue la andanada humana que se disparó sobre el a su lado enorme navío de dos puentes “Princesa”. El almirante con gesto  sereno se aproximó a la balaustrada  en el coronamiento popa por estribor para saludar más abajo a Daniel Fueyo. Este, con  el debido protocolo le devolvió el saludo a duras penas contenido por tantos días de sufrimiento y  fanática tenacidad.


-          ¡Manténgase atento a mi señal para  subir a bordo, Capitán! ¡Por ahora vaya a  la zona del convoy de suministro más al norte y trate de recuperar  a sus hombres con un buen aguardiente, corre de mi cuenta!
-          ¡A la orden, mi comandante!

La escuadra  posicionó sus  unidades  sobre la bahía a vista de los sitiados. Mientras, los argelinos trataban de  reaccionar frente a semejante fuerza naval. Las tropas de tierra no podrían embarcar en las galeras y tan solo tendrían que huir o defenderse del ataque inminente Mientras, el navío del bey que estaba aprestado y listo para  zarpar, pues  la posibilidad de caza de una fragata española horas antes había movilizado a sus hombres,   comenzó a largar trapo y ganar en velocidad con rumbo este nordeste. Con él, las tres galeras que se mantenían  operativas al máximo  comenzaron a darle escolta en  la huida. Dos navíos  enfilaron  su demora para cortar su proa antes de que el navío lograse librar la punta de tierra más este conocida como el Cabo de Agujas y  ganase refugio  entre los traicioneros bajíos resguardados de la costa berberisca, donde se haría casi imposible sacarlo en mucho tiempo gracias a ser terreno controlado por ellos en aquellos momentos. Son estos piratas ágiles en jabeques y  galeras que no en navíos de gran porte y la caza parecía estar servida, pero no contaban los nuestros con las tres galeras y  quienes las  tripulaban. Con la pericia propia de siglos al  furtivo negocio de la piratería en el que la agilidad, la rapidez  sobre enemigos más poderosos los avalaban,  lograron hacer  que los dos navíos perdieran su marcha por  tener que combatirlas antes de  dar alcance a la presa mayor.   Con el sacrificio de las únicas galeras que  aun podrían hacer frente a la flota de Lezo el bey lograba doblar el Cabo de Agujas y librar mar abierto para ganar costas  propias donde defenderse. Los dos navíos regresaron al cerco sobre Orán con sus tres triunfos “menores” y la segura reprobación del almirante por caer en truco tan obvio.

El cerco  quedó blindado   sin solución  posible para las tropas del Bey quienes, mas tarde o más temprano, sabían que  las bocas de la escuadra apostada los barrerían para ser pasto mas tarde de la furia  contenida en los sitiados con ganas de revancha.  Mas al norte a menos de dos millas  el convoy con tropas y bastimentos aguardaba la orden de desembarco. En ese cúmulo algo heterogéneo de  naves de carga se encontraba la corbeta “Santa Olaya” como escolta de protección mientras el grueso de  los buques armados mantenían el cerco sobre la costa.   Todas la nave se encontrabas puestas en facha  a la vista de  cualquier aviso desde la capitana para tomar rumbo determinado. Así se encontraba la “Santa Olaya” mas al norte que las demás embarcaciones cuando tras la popa de una vieja pero enorme carraca apareció la figura fina, perfecta de la Fragata “Minerva”, como  la de una mujer en finos trazos que suavemente se aparece sin siquiera  parecer hacerlo a los ojos de quien  la desea.

-          ¡Capitán! ¡A dos cuartas de proa por babor! ¡La “Minerva”!

El teniente Cefontes  como el rayo sin esperar trueno que lo  hunda confirmó  con su largomira la nave del amigo.  Y sin más  gritó y grito con su sombrero  agitado al viento hasta que  toda su tripulación comenzó a hacer lo mismo. Desde la “Minerva” la respuesta fue una corta virada hacia su posición hasta como los demás ponerse en facha.  Fue el capitán del “Santa Olaya” quien arrió su esquife y a boga de ariete solicitó permiso para subir a bordo. Abrazos y lágrimas después de tanto tiempo  en el que la desesperación de unos por tener que aguardar  al abrigo de la costas españolas y de los otros por no saber de la ayuda que tan cercana parecía estar y tan cara se hacía de ver, casi llega a  separarlos para siempre.

-          ¡Mi capitán! Estáis más delgado y  ya me superáis en cicatrices.
-          ¡Pues a vos se os  está dibujando una curva que no es propia de  temerario  corsario al servicio de su majestad! ¡Ja, ja! ¡Vamos a mi cámara, teniente! ¡Creo que queda entre tanto desorden algo de orujo  que dejo vuestro teniente De La Cuadra!  ¡Pero antes necesitamos  que alguno de esos mercantes cargados  nos pasen algo de sus ricas mercancías y sobre todo un  cirujano  con menos miedo a los filos  y su corte que el  llevamos a  bordo nos eche una mano, que  aun tenemos  hombres maltrechos!
-          ¡Eso está hecho, Capitán! ¡Martínez avise al  teniente Cienfuegos que se ocupe de tener aquí a nuestro cirujano! ¡Y que  trasladen  comida y vino fresco para nuestros compañeros recuperados!
-          ¡A la orden, Capitán!

Todo volvía a la calma de  lo establecido, mientras se hacía lo humanamente posible por  los últimos tres heridos que quedaban  sobre  las mesas de la cocina de la “Minerva” y los demás disfrutaban de sus primeros tragos de vino sin aguar y fresco, Segisfredo y Daniel se  ponían al día, el uno de sus escaramuzas y jugadas contra el destino que  tenaz siempre acaba por llegar y el otro sus tragos en calma pero con la turbonada en el centro de su corazón.

-          Daniel, creo haber aprendido que no hay nada más fiable que el propio instinto al que dejamos abandonado por la razón unos y otros como yo por el corazón. Es el  mismo instinto que  cuando hueles la tormenta o sientes la inminente vista de tierra el que  debe uno de seguir y mi instinto me dice que entre mujer y ancla  todo  es igual desde las uñas  hasta el arganeo al que  largamos sin pensar el cabo de nuestra nave para sin saberlo fondearla sin derecho a garrear siquiera un poco. ¡Mar por avante y guerra al inglés compañero!
-          De acuerdo en lo último, aunque no  del todo en esa comparación que me cuesta rebatir de alguna forma clara,  estoy seguro que alguna  surgirá  sin arganeo que decida reposar sobre la cubierta sin más. Pero dejemos este tema que no  es hoy  día de ponernos tristes…

Un marinero aporreó la  puerta

-          Capitán, señales de la capitana. El almirante os reclama.
-        Conteste que  parto sin demora. Vos mi Teniente Cefontes podéis continuar abarloado a mi botella  aunque no os durmáis sobre mi camastro no os tenga que  condenar a unos latigazos al cañón.

Navio Princesa en duro combate contra tres navíos britanos (1740)


Con la felicidad de la  serenidad recobrada, las pocas pérdidas humanas sufridas y su fragata de la que soñaba lograr el mando definitivo de boca de su admirado Blas de Lezo partió de pie orgullosos sobre la popa  de su lanchón mientras los seis hombres al remo lo trasportaban a bordo del “Princesa”. Aun quedaba liberar la plaza y seguramente tomarse algún desquite de los sarracenos…