martes, 5 de agosto de 2008

Oro en Cipango (22)

...pasaron meses desde aquel primer encuentro regio, a partir del cual, la vida se convirtió en un regalo permanente. Entre tanto nuestros maestros de a bordo, calafates, cordeleros, el rey de todos ellos, nuestro maestre carpintero, podría decir sin lugar a yerro, que construyeron un navío nuevo. El león rampante bajo el bauprés parecía volver a rugir con aquel baño dorado que lo alumbraba como bravo mascaron, la balconada del comandante era digna de su excelencia el virrey, daba gusto bajar a la cubierta de los cañones de 24 libras y poder sentir aquel perfume a brea, disfrutar en la mirada con el brillo de las cureñas sujetas por los cabos engrasados a cada porta de su correspondiente amura. En aquellas visitas, junto con Don Miguel me sentía como si me encontrase en uno de los apostaderos de nuestra armada a lo largo de los océanos, comporbando la entrega de un hermoso navío que nunca mandaré, aunque a esas alturas de mi vida, seguro estaba de poder gobernar .

Don Miguel, en cuanto comprobó por su mano que las reparaciones navegaban como bergantín con el viento “a un largo”, se unió a nosotros en palacio. Buenas fiestas nos corrimos, fiestas en la que tan solo aportábamos algo de lo que poseíamos en exceso, risas, bailes y un gaznate de amplio paso para beber y comer todo lo que delante se nos presentaba. Hubo un momento en el que hasta nuestro padre Ruiz tuvo un inicio de remordimiento por sentirse presa de la mortal gula; momento al que prestos acudimos como turbonada de poniente para enmendar tal debilidad humana, logramos convencerlo sin mucho esfuerzo con aquella sentencia tan real en todos los tiempos, de que Nuestro Señor es sabio y ya sabrá él cuando cobrarse la deuda contraída, tendremos leguas al este para pagar por ello.

Asó como les escribo, pasaron meses como minutos de gloria en esta holganza y bien estar, entre mujeres, con la venia de nuestro padre, que nos convertían la vida en puro vergel propio de paraísos bíblicos que tomé interés en leer desde aquel momento. Tan solo nuestro comandante departía casi a diario reuniones con el Shogun, ambos intercambiándose a cuentagotas, como bien sabían, información, cartografía, rutas y técnicas novedosas en ambas direcciones.

Fue durante uno de los días en los que Don Miguel y yo regresábamos satisfechos de los progresos en el San Francisco, cuando con la razón de nuestro lado aunque el entendimiento algo trastocado, nos metimos en un lodazal. Perdón, realmente fue mi impulsiva y algo imbuida de relatos hermosos, pero poco versados en la realidad, como el del gran Amadis de Gaula, lo que me llevó a arrastrar conmigo al bueno de Don Miguel

- Don Miguel, tenemos el buque listo para partir el océano en dos sin temor a ola que gallarda arrumbe a proa con aviesas intenciones. Una buena presa de los holandeses apetece cazar con semejante corcel de los mares.
- Tranquilizaos, Don Martín. Nuestro capitán esta al corriente de los avances de las reparaciones y zarparemos en breve hacia el norte.
- ¿Hacia el norte decís? Eso significa la Islas Rica de Oro y Rica de Plata que nos comentó justo antes de avistar esta tierra.
- Así es, aunque deberían estar al sur y no al norte. Parece ser que el shogun nos permite cobrar mas grados de latitud norte con la condición de embarcar sus tropas y acabar de dominar zonas aun rebeldes desde la ultima guerra civil. Me he dado cuenta que aquí lo de pacificar es bastante estricto en el verbo. No dejan piedra sobre piedra, ni hueso sobre piel de los que fueron enemigos. ¿Os habéis percatado de que tan lustroso que todo se aprecia y ve y sin embargo no despierta nada alegría sin ese alcohol rancio con el que nos empapan entre pecho y espalda?. Vos mismo podéis apreciar que no hay rapaza que sonría por estímulo propio o con maravedí enfrente, ni por trato sereno y amable, sino que parece que hácenlo por orden de algún extraño poder.
- Lleváis razón en todo eso, mi piloto. Hay ocasiones en las que la actitud de algunos hombres significarían duelo a muerte en nuestra lejana Europa. Son oscos y en exceso monosílabos.

En esas nos manteníamos, conversando al trote en dirección a palacio cuando vimos a un hombre a caballo blandiendo su katana, mientras una mujer arrodillada intentaba proteger a sus dos pequeños de aquel iracundo personaje. Gritos humanos a los que sin comprender la lengua en que se pronunciaban, entendíanse como claras y angustiosas demandas de clemencia. A estas alturas de la historia en los que mis pacientes lectores de tanta paciencia dispongan y continúen leyendo este relato, ya sabrán la reacción mecánica que tomaron mis adentros y dónde se clavaron mis espuelas. Don Miguel tan solo pudo seguirme

- !Deténgase ahora mismo, por su vida! !Alto en nombre de Dios!

Aquel hombre no esperaba tal arranque de furia de nadie. Estaba claro que se sentía y era dominador de aquellas tierras y las almas que en ella habitaban. Directamente enfiló su arma y su furia ciega de soberbia hacia mi, que decidido ya cargaba contra él al ver su reacción.

- !Dejadme con él, Don Miguel ¡Esta claro que este chino no se aviene a razones!

Mi paciente piloto, me siguió con su espada desenvainada y presto su pistolete a dar un tiro de salvación en caso de peligro mortal, hasta detenerse a menos de diez pies de Burgos del combate. Su katana era sólida y de filo doble, mi espada no era la Tizona, pero un buen acero toledano de abordaje, que no temblaba ante nada tras mi brazo.
Hasta aquella ocasión, había luchado por unos naipes marcados, contra ladrones y bribones de taberna, contra recios indígenas del México de la Nueva España, había abordado navío por la gloria del Rey, pero nunca había combatido por alguien mas débil que nos. En aquel momento sentía profundamente esa fuerza interior que da la razón a la fuerza, cuando la fuerza tiene la razón de los débiles y la justicia. La ceguera de la soberbia prendida de superioridad de aquella especie de señor de las bestias hizo que mi brazo, en aquél momento de justicia, no tuviese el menor titubeo en atravesar mi acero en su corazón.


Su mirada de asombro es algo que no podré olvidar, aquel eterno segundo en el que la vida se esfuma mientras aún eres consciente de ello, debe de ser esclarecedor de la banalidad de tantas sinrazones vividas. El ruido que hizo al golpear como saco de tierra sobre el suelo me sacó de aquella isla temporal. Quise acercarme a la mujer y los niños y lo que encontré fue a tres cuerpos inmóviles por el terror que sabían les caería en ciernes. Habríamos de tomar una decisión con respecto a ellos y con respecto a aquel energúmeno de ojos rasgados...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay Don Martín, cómo se deja llevar por el tono de unas palabras incomprensibles...

Alicia Abatilli dijo...

Terrible decidir...
Me llevas con tu historia al suspenso perfector.
Te dejo un abrazo esperando el otro capítulo.
Alicia

Anónimo dijo...

Escribo a vuestra merced en esta madrugada de gracia de 1608. Se de vos por cierta corsaria de Levante, creo que la conoceis. Ella misma fue quien me hablo de vos. Explendido blog teneis, mas si no es mucho perdir, seriame de un gran honor... visitarais el mio.

Lo dicho señor navegante XD, me ha encantado tu blog de verdad. Pasate por el mio, soy tirador de esgrima historica en la sala tercio viejo de alicante XD. Eso se muestra tambien en mis letras XD.

http://mividamiventura.blogspot.com/

Un abrazo compatriota XD.

Armida Leticia dijo...

Estoy presente siguiendo las aventuras de Don Martín.

Saludos desde lo que fue La Nueva España, donde alguien que viajó en el tiempo, está esperando a don Martín.

annabel dijo...

Hola, Josevi, no me conoce, y no soy de Levante, soy de Granada, pardiez caballero de la noble tierra de Ontinyent, que despiste me consta que tenéis, dí de casualidad con este navío, y supuse que te gustaría conocerlo.

Un saludo al autor del blog, que me servirá de mucho en este descubrimiento del S.XVII y XVIII.

Estupendo blog :)