sábado, 3 de mayo de 2008

Suave como las Dunas (15)

...Con el frío ártico de aquella noche desértica acabamos refugiándonos en el interior de la cueva. No sabría decir la hora, debía estar amaneciendo cuando un golpe seco, metálico de una culata de AK-48 me sacó de del paraíso para caer en la caverna real en la que me encontraba. En un agreste inglés aquel hombre, enfundado en ropajes y arena, me obligó a levantarme a mi y a Elvira. Casi sin pensar salimos al exterior donde un golpe de luz terminó por despertarme a la vez que me cegaba.

- Buenos Días, señor Buenaparte y esposa. Perdón por nuestro retraso pero las tormentas de arena mas al norte son duras y no avisan. Mi nombre es Alwan- Hafiri y con gusto los llevaremos hasta Chambahar y embarcarlos con rumbo a sus vidas occidentales.
- Gracias, señor Hafiri, mi esposa y yo le estamos agradecidos y quedamos a sus órdenes hasta nuestro embarque.
- ¿Tu esposa? Ya me dirás cuando te dije sí.
- Supongo que será una forma de que sus hombres te quiten un poco la mirada o de que me maten a mi para casarse contigo

No le hizo mucha gracia aquello a Elvira, pero a pesar de todo continuamos con la historia. Alwan era el jefe de aquellos hombres, era de mi altura aunque no se si eran los ropajes, pero casi me doblaba en anchura de espaldas. Parecía un hombre resuelto en su forma de comportarse, supongo que en aquel ambiente de extrema dureza las dudas se pagaban incluso con la vida. Con dos ordenes cortas y supongo que claras y concisas nos entregaron ropajes similares a los suyos y dos camellos. Cogimos las cuatro cosas que nos importaban del todo terreno, las dos 9 mm. y el teléfono satélite y montamos aquellas bestias con alguna ayuda; una vez convertidos en trashumantes , mercaderes al viejo y antiguo estilo de Marco Polo nos pusimos en marcha con rumbo sur por la ruta tradicional. No nos dirigieron la palabra hasta la primera parada mas que para pedirme las llaves del Range Rover. Se las di y uno de ellos, atando el camello a nuestro metálico compañero de huida marchó en dirección norte. Un día después lo vimos regresar, se acercó a nosotros con una sonrisa como una mueca desagradable en la que se distinguían varios dientes y varios huecos y me devolvió mis llaves, creo que lo vendió o lo quemó, bueno, más bien lo segundo.

Aquellos casi tres días de éxodo me permitió reflexionar, pensar en mi mismo, en las razones por las que uno hace las cosas, por las que justifica los impulsos. No llegué a coclusión alguna, nada mas que a la paz que suele arribar al corazón después de intentar pensar en ello y no encontrar mal ni remordimiento alguno. Recordaba cada página de ese sueño despierto para mi que fue vivir el desierto en la lectura de “los Siete Pilares de la Sabiduría” de Lawrence. La lucha interior de un hombre fuera de serie, mientras llevaba un puñado de árabes a traves del inhóspito desierto árabe por compaginar sus convicciones en una mente que se desdoblaba en su fidelidad a su patria y su lealtad a las tribus que lideraba. Las horas entre cada descanso para dormir una o dos horas al principio de la noche y comer al mediodía refugiados en alguna cueva o sombra de loma gastada, pasaban lentas pero completas. Elvira para mí era otro componente de la caravana mas, nos veíamos en las paradas sin grandes efusividades y nos despedíamos hasta la siguiente parada con simples miradas que lo encerraban todo.

Hubo un pequeño periodo en el que seguimos en paralelo hasta cruzar la carretera que unía Iranshar con Chamabad, apenas había tráfico y en poco tiempo nos alejamos de su visión. Al tercer día superamos una cadena de suaves lomas que nos ocultaban la belleza de Océano Índico, impresionante estampa deslumbrante en su color azul intensamente claro, encantador de miradas, capaz de hacernos vivos de nuevo, brillante como las antiguas civilizaciones a las que acariciaba con desgana. Acampamos al pie de las lomas hasta la anochecida, momento en el que entramos en la ciudad portuaria.

Nos alojamos en una fonda cercana a los muelles pesqueros embriagados con aquel olor a fuel, pescado podrido y mar domado. Estaba claro que aquella fonda les servía de base para aquel tipo de actividades. Estábamos destrozados físicamente, simplemente nos duchamos sobre el primer plato de ducha que vimos desde que dejamos la embajada en Islamabad y dormimos profundamente hasta la madrugada del día siguiente, ni siquiera los tres días de separación, la proximidad de nuestros cuerpos, cálidos, limpios y sin el miedo a ser descubiertos consiguió que no hiciésemos nada mas que dormir.

De la misma forma que cuando nos encontraron hacía ya cuatro días Alwan, en silencio, nos sacó de allí antes de la amanecida y no llevó hasta uno de los pesqueros que estaba alistando los aparejos y las últimas provisiones para hacerse a la mar. Quedamos en el muelle junto al que me había entregado las llaves del todo terreno. Mientras esperaba la salida de Alwan me emborraché del sonido de los muelles justo antes de la amanecida, el ruido de los motores que daban la energía para alumbrar aquella actividad sobre cubierta, los puntales y las grúas estibando y recogiendo los últimos pertrechos, el ruido de algunos niños con sus madres despidiendo a sus hombres, que zarparían en minutos y sin saber a ciencia cierta el dia de su vuelta y si ese día estaba marcado en algún calendario. “He de volver a casa”, pensé mientras cogía de la mano a Elvira. Recordaba mi vida anterior a mi muerte en vida en el CNI, había olvidado el sonido del agua sin pensar en algún submarino, o la luz de la luna sin buscar reflejos de armas.


- ¿En que piensas, Carlos?

La miré y sonreí, no podía decirle todo lo que sentía agrupadas entre unas míseras palabras en medio de una huida. En ese momento Alwan-Hafiri bajó por la plancha, me entregó un sobre y con un gesto me deseó suerte mientras volvía hacía el interior de la ciudad. Subimos a bordo donde nos esperaba un marinero que nos acompañó al puente de mando mas parecido al de un transbordador de río que al de un pesquero de altura, palpé en mi bolsillo derecho el perfil del teléfono satélite por sentirme seguro y saludé al que parecia el capitán o patrón del pesquero...

1 comentario:

Armida Leticia dijo...

Haces que mi imaginación trabaje, veo el mar, los ropajes, el peinado y maquillaje de Elvira, los paisajes...¿Cómo terminará esta aventura?

Saludos desde México