La costa se esfumó, porque fue así, porque es así, desde pequeño aprendí de mi abuelo que no es la nave la que se mueve, sino la mar sobre la que uno navega. Solo hay que desear navegar, embarcarse y los mares se moverán hasta dejarte donde desees. Así lo aprendí, así lo viví y así lo sentía y contaba a Elvira, que comenzaba a ver los mares como yo casi había olvidado y guardado en un viejo arcón con mis recuerdos en el desván de aquella isla de Izaro, donde encontré los viejos pilares de mi vida y a donde sentía poco a poco regresar.
A pesar de su aspecto desvencijado, oxidado, con muchos billetes para el desguace, en dios sabe que apostadero repleto de niños esclavos que no merecieran esa vida, ni por mil razones occidentales sobre el libre comercio y la libertad de los países, bueno, pues a pesar de su pobre imagen, estimo

Nos despedimos de aquella gente con la sensación de que eran ellos los que celebraban nuestra marcha mas que nosotros, al fin y al cabo éramos una “carga” molesta y nuestro desembarco era su recompensa al arribar a puerto. Puedo decir que fue como pasar del negro al blanco, del apartamento a la mansión. Aquel velero de un solo palo con sus seguros 45 pies de eslora, daba para recorrer el mundo sin echar de menos la tierra serena. Sus dos timones a popa en medio de una bañera que, mas que eso, parecía un circo donde corretear los caballos en círculo bajo el látigo del domador; bajamos a las habilitaciones y en ya medio de aquella especie de salón, nos sorprendió su amplitud, los tres camarotes enormes con sus aseos independientes. Perdón, no he comentado nada de los tripulantes; es cierto, pero con aquella maravilla brillando sobre la mar casi daban igual. Era una pareja de nórdicos, de una edad indefinible entre los cincuenta y sesenta, parecía la típica pareja de jubilados que habían hecho de aquella embarcación su nave de Caronte, con la que surcar sus últimas lunas a través del océano. A veces me maravillaba los sistemas de huida y camuflaje que desarrollaban desde la OTAN. Aún recuerdo los sistemas rudimentarios que tuve emplear para escapar de Tánger y alcanzar Ceuta, cuando el CNI era el antiguo CESID y los medios eran mas, digamos, “patrios”.
Nos despedimos del pesquero que continuaba faenando, que no iba a ser cuestión de perder el beneficio de la pesca y embarcamos en aquella mansión a vela.
- Bienvenidos a bordo. Mi nombre es Peter y el de mi compañera es Ángela. Vamos de viaje de placer entre Sudáfrica y Omán. Estamos dando la vuelta al mundo y nos toca arribar en Mascate que es su capital. De allí zarparemos hacia las Maldivas a pasar el invierno. Me diréis que os importa todo esto, pero algo tendréis que contar si alguna patrullera curiosa que quiera alguna botella de whisky o cigarrillos y nos aborde para pedirnos los papeles…
Aquel hombre rubio, aunque ya cano, con la piel bronceada y unos dientes insultantemente blancos continuó explicándonos todo acerca de nuestra falsa travesía mientras Ángela, como si fuera nuestra madre, nos preparaba unas latas de comida al vapor y escanciaba dos cervezas en sendas jarras heladas sacadas recién del mismo congelador. Aquel trabajo estaba muy bien, “tendré que solicitar cambio de destino”, pensé mientras apuraba la primera cerveza fría en los últimos diez días.
Teníamos más o menos día y medio hasta arribar a Mascate, así que nos pusimos cómodos, aquella extraña pareja no nos molestó más, el continuaba marinando aquel estupendo velero, mientras ella, entre capítulo y capítulo de un libro en noruego al que no podría deletrear su título, comprobaba el radar y enviaba algún mensaje cifrado a no sé dónde. Cogí a Elvira con mi mano derecha mientras con la izquierda tomé prestada una manta ligera que sobresalía del tambucho. Con un gesto de complicidad le di a entender a Peter que nos íbamos a proa, a lo que él me respondió con un lacónico “ok”. Nos tumbamos con el palo mayor acomodado en nuestras cabezas, la noche poco a poco había refrescado el aire húmedo y coloqué aquella manta sobre nuestros cuerpos. De vez en cuando algún suave golpe de mar metía la proa en la siguiente ola evitando así que el sueño venciera a nuestras mentes.
- Esto no estaba en el libro de ruta, ¿eh? Un crucero por el golfo de Omán, gratis y con tripulación a su servicio, señora.
- Carlos, en mi vida creí encontrar tantas sensaciones, cosas y sentimientos en medio de la huida, la tensión y el miedo. A mí, que mi objetivo siempre fue llegar a ser la embajadora en un país relevante para ganarle la partida a mi padre y sus frustraciones por “ese hijo que nunca tuvo”. Y tu haces de remate, aquí contigo, el tío mas gilipollas, con el que no se me ocurriría nada que no fuera reirme de ti, navegando en un yate por el Índico sin sentir la necesidad de nada más, tan sólo que el viento deje ya de soplar.
- ¡Ja!¡Ja! Me da que, aunque sople, el Peter este mete motor. Esta clara que él nos deja en puerto como lo pone escrito en su frente algo cuadriculada. ¿De verdad no sientes la necesidad de nada más? Yo creo que sí y eso de que el viento deje de soplar me ha confirmado las dudas.
- Explícate, Carlos. No sé si taparme los oídos...
- Ahora no, Elvira, deja que arribemos, tengo una idea y una propuesta y necesito que no la pienses demasiado.
- Pero…

No la dejé seguir, un cálido beso que me supo a la sal marina que se iba pegando poco a poco en sus labios me dijo que no habría negativa. Esta vez fui yo el que di la espalda a las estrellas, mientras Peter mantenía el rumbo a Mascate devorando millas suavemente sin más fuerza que las de sus dos alas blancas…
2 comentarios:
Epa Don Carlos y su propuesta ¿Qué será?. Y Doña Elvira qué le diría a su padre al presentar a su amado?.
Pero a no pensar, mejor que disfruten de tremendo placer de viajar en esas condiciones impensadas para ambos, como sucede en la mayoría de las cosas importantes, vienen así casi de sorpresa, aunque siempre las estuvimos anhelando.
Un abrazo.
Entro en el próximo así leo la propuesta.
Alicia
Hola, aquí presente siguiendo el hilo de esta historia tan interesante, un relato por entregas,seguiré al pendiente.
Saludos desde México.
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