jueves, 8 de mayo de 2008

Suave como las Dunas (17)

... Fue el día siguiente un dulce navegar bajo el azul celeste, empujados por el viento que nos ponía en franquicia Mascate millas avante. Durante la noche tuvimos que navegar pendientes de cualquier destello o sonido, evitando a los mastodontes del petróleo que no se detendrían ante una miniatura como nosotros. Como digo, la travesía fue calmada durante el día, no topamos con patrulleras con ganas de “facturar” algún obsequio, todo por la seguridad de sus aguas territoriales, no vayamos a confundirnos. Peter y Ángela fueron unos anfitriones que, a pesar de su corta conversación, nos trataron con gran consideración, siendo aquellas 36 horas a bordo del velero del que recuerdo su nombre en inglés, “Spirit”, una recompensa inimaginable después de tantos malos momentos.

El viento arreció algo al final de la tarde como queriéndonos dejar ya en tierra firme, el puerto deportivo de Mascate algo alejado del comercial nos abría sus pantalanes como a verdaderos turistas rebosantes de dólares, enormes barcos a motor, algunos con incipientes festejos a bordo, mujeres que se distinguían por el reflejo de las lentejuelas de sus vestidos, camareros con la pajarita apretada hasta el último botón, hombres vestidos a la usanza árabe entremezclados por occidentales. Por lo que se podía uno imaginar, allí no se debía observar el principio estricto del Islam referente a la ingesta de alcoholes de alta y baja graduación. Desde aquellas potenciales bacanales nos saludaban efusivamente apoyados sobre las regalas de la cubierta, a lo que respondimos de igual forma pareciéndonos nuevos ricos a nosotros mismos.

Habíamos arriado la mayor y la Génova mientras nos aproximábamos al pantalán B4, allí nos esperaban dos hombres a los que Ángela había avisado en uno de sus innumerables correos y transmisiones cifradas.

- Bienvenidos a Omán. Soy el agregado naval de nuestra embajada, mi nombre es Pedro Martín. Este es Alfagiri, les llevará su equipaje.
- Encantado, señor Martín, pero puede decirle a Alfagiri que no le necesitamos, todo el equipaje lo llevamos encima.

El gesto del agregado fue de aburrida sorpresa, el no estaba para estas cosas en aquel destierro al que le enviaron desde su paraíso en la embajada de Papua. Desde aquel vergel lo tuvieron que sacar manchado por sus “vicios y malas costumbres”. Después me enteré que aquel hombre era un protegido de “alguien” con poder en Madrid, gracias a la “protección” tan solo le “castigaron” en aquél destierro donde sus vicios, como en todos los lugares, existían pero las penas eran menos laxas y nadie lo quería en Madrid. Nos despedimos de la pareja nórdica, silenciosa y agradable a la vez, a bordo del “Spirit” y en el coche de la embajada fuimos directos a ver al embajador.

La embajada era otra más, un edificio situado como las demás embajadas, en un lugar de reciente construcción con los oportunos GEO de guardia en la entrada. No era aquél un país en el que la actividad diplomática fuera muy intensa, salvo los envíos y felicitaciones entre su Sultán y nuestro Rey, algo que gusta mucho de hacer a todos los monarcas y sultanes árabes y de lo que nuestro rey aprovechaba, poco más se “cocía” en aquellas latitudes. Como uno podría comprender, nosotros éramos la atracción de la aburrida temporada estival que ya acababa con el inminente septiembre y su Ramadán amenazante sobre el cogote de todos los que allí tenían el destino. Nos recibió amable el Embajador, Don Calixto Peñarrey de la Torre, hombre totalmente distinto al que dejamos en Pakistán, tez bronceada de lámpara, cabellera frondosa entrecana, mas alto que yo y vestido como un verdadero señor, aroma de perfume masculino caro y gemelos de oro con el escudo de España que dejaban entrever un omega deportivo de oro en su muñeca izquierda, un “dandy”. Estaba claro que su vida allí era placentera y nosotros una diversión entre tanto “hedónico pasar”.

- Sean bienvenidos a este trozo de España, Señor Buenaparte y Señora Vallina. Espero que nuestro agregado naval les haya correspondido como merecen.

Aquel tono grandilocuente me reventaba viniera de quien viniera, he estado junto a grandes personajes del ámbito político en España y no se las daban de “grandes de España”. En fin, había que aguantarlo y largarse de allí.

- Muchas gracias señor embajador, estamos encantados de pisar por fin territorio “amigo” y quedamos a su disposición.
Miré a Elvira con un gesto de sorpresa y le seguí la corriente, esta Elvira me recordaba peligrosamente a la Elvira de Madrid. Siguieron ellos manteniendo la conversación, mientras yo hacía de “estatua”, no aparentaba mi estampa la del David de Miguel Ángel precisamente, pero si posaba con cierta dignidad.

Llamó a la secretaria, por cierto, estupenda mujer, no me extrañaría que ambos fuesen algo mas que embajador y secretaria; le dio las indicaciones oportunas para que nos dieran alojamiento en la embajada y nos dejaran descansar. Mientras esperábamos frente a ella a que un conserje nos llevase a las deseadas habitaciones, la secretaria nos indicó que el siguiente vuelo a Madrid sería pasado mañana 31 de agosto con escala en Zurich. Aquellas 48 horas de espera para la partida eran un respiro para mi antes de caer en la realidad, en la terrena angustia de la soledad entre 4 millones de habitantes; esas horas me daban la opción de cimentar mi propuesta. Seguimos al conserje hasta la cuarta planta donde se encontraban las habitaciones. Elvira me dijo que después de la ducha se iba a echar una siesta hasta la cena, que nos anunciaron a eso de las nueve de la noche, así que nos despedimos hasta entonces. Yo ya tenía decidido lo que iba a hacer después de asearme en un buen baño de rosas, sales y todo lo que me hubieran dejado en la enorme bañera que me encontré en la habitación.

Solo gel y champú fue lo que encontré, bueno y un reproductor de CD con el concierto en Directo de Supertramp en Paris, son ya demasiados años desde la pruimera vez que los escuché en aquel casette "mono" que compartíamos en casa los tres hermanos. Fue toda una experiencia de burbujas relajantes en medio del bullicio parisino. Sobre las siete salí de mi habitación, una vez fuera le pregunté al GEO de guardia si me podría llamar a un taxi. Llamó al taxista que siempre trabajaba con ellos, que apareció en pocos minutos. Un Mercedes C- 200 de color negro rayado de verde en los laterales de su techo paró en el acceso. De la puerta del conductor apareció un hombre bajo y gordo, que supuse calvo bajo un turbante a cuadros rojos y blancos al que no le vendría mal un lavado. Su escasa estatura comparada con aquella enorme circunferencia le daban la perfecta forma de un tente tieso que vomitaba humo a cada calada de aquel inmenso puro.



- No se asuste por la pinta, es de confianza, lleva muchos años llevando y trayendo personal de esta embajada. Es discreto al cien por cien... ya me entiende.

El GEO me guiñó el ojo como suponiendo que salía a buscar algún tipo de modalidad relajante no confesable. Le seguí la corriente y dejé que aquel esperpento de bola con melena de tela a cuadros me abriese sumisamente el coche. En cuanto entro a su puesto se giró para ofrecerme cigarrillos y puros, mientras me preguntaba a donde quería que “le llevara” dejando ver una larga hilera de dientes de oro que asustarían hasta a una amante ciega. Intenté esbozar una sonrisa que dudo alcanzara la cotización de aquel oro en alza últimamente en la bolsa de metales, creo que el taxista no esperaba el destino tan poco ususal para un extranjero…

1 comentario:

Anónimo dijo...

De nuevo nos dejas con la miel en los labios.
Me está encantando, a veces soy Carlos, otras lo veo todo como Elvira... consigues que viva la historia y cada escenario.
Gracias