miércoles, 10 de octubre de 2007

Alejandretta (3)

... Háblame gran mago, discípulo del gran Manetón, tú que pueblas los espíritus circundantes de la vida durmiente. ¿Es este como imagino el gran Casandro?.
- No Elisenda, es el hijo de él, aquel que fue uno de los grandes diádocos. Aunque él no lo sabe todavía, quizá sea el momento de que se lo comuniques al despertar.
- Ambos seguimos atrapados aquí en esta época. Pero habla por favor, hazlo y tu sabiduría será la que defina lo que ha de llegar a ser.
Aquel hombre difuminado entre humo y lumbre, con pinta de sabio algo deslucido fue disertando su designio en el que hablaba de las cosas que sobrevendrían a la época en la que sobrevivían. A mi aquello realmente no me importaba, pues la sensación de muerte, de estar desaparecido de mi verdadero mundo hacia que la muerte verdadera careciese de relevancia. Continué escuchando hasta que pronunció la palabra regreso y, justo después, nombró la ciudad mas maravillosa del mundo, Alejandría. El sueño continuaba en medio de aquella consciencia onírica, por lo que agudicé mis oídos. Manetón continuaba.


-... habrá Casandro de volver al Faro en el que se apareció al ser expulsado de Alejandría. Al llegar al lugar no podrá ser visto por ningún mortal desde el mismo instante en el que la noche abra el periodo de la fase de Luna Nueva.
Escuchaba embebido de aquel néctar de esperanza, tantas cosas tenía allí, su amada Berenice con la que esperaba su primer vástago, ese prometedor futuro bajo las órdenes de Ptolomeo II. ¡Tenía que regresar de aquel sueño horrible!


- Cuando esto ocurra habrá de acumular la mayor cantidad de leña y material combustible de origen natural, nada que provenga de la negligencia humana en la que vive valdrá para que este conjuro surta efecto. Rodeará la base del faro con la misma forma del cuadrado del faro al que desea regresar. Encenderá el fuego alimentándolo a base de brea para que la lumbre se mantenga constante y pueda así pronunciar solemnemente la frase que aquí diré, una y solo una vez:



Ne avertas oculos a fulgure huius sideris si non vis obrui procellis”



Acabó de pronunciar aquella frase en un idioma initeligible para Casandro, aunque le sonara a la Itálica y en el mismo momento el fuego se detuvo, las llamas parecían las de un cuadro y ni siquiera el humo que se me pegaba y abrasaba se movía. Un gesto con su mano derecha me atravesó el corazón.




- Aún hay algo más, Elisenda. Habrás que convencerlo de que, para volver a su anterior vida deberá acabar con la que aquí tiene. ¡Coge ese palo que arde en la lumbre, mujer!
Elisenda se agachó y con la mano temblorosa le acercó lentamente la vara ardiente. Manetón la cogió desde uno de su extremos y mientras su pupilas se dilataban de forma extraordinaria volvió a conjurar a su dioses convirtiendo aquella vara casi ya ceniza, en una espada corta como la de los antepasados de Casandro cuando vencieron a Persia.
- Deberá clavar esta espada entre sus costillas hasta atravesarse el corazón pues no es el suyo ya que el verdadero aun reside en Egipto. ¡Solo su valentía le dará su libertad!.

Después de aquella ultima exclamación se desvaneció y casi en la misma forma mi espíritu cayó en picado sobre mi cuerpo yacente sobre la piel de oso...

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