jueves, 11 de octubre de 2007

Alejandretta (4)

... ¿Dónde estoy?- Casandro aún veía borroso, poco a poco se fue recuperando... ¡ah!, ya recuerdo, la taza y tu... tu eres Elisenda.
- Veo que conoces mi nombre igual que yo el tuyo. Te desvaneciste. No pensé que esta infusión de hierbas fuera tan fuerte. Mis disculpas, Casandro. Al menos habrás descansado, así será más sencillo lo que tengo que contarte.
- No será necesario, os he visto a ti y Manetón...
Casandro comenzó a referirle su sueño consciente en el que vio y observó la conversación de ella con el mago. Le señaló la espada corta deslumbrante de forma inusual, pues el metal usado en este tipo de armas nunca fue de gran reflejo ya . Ella asentía mostrándole un rostro de asombro. Realmente no necesitó referirle nada pues lo sabía todo. Eso ayudó a Elisenda en su misión de convencer a Casandro. Este ya casi estaba con una pierna fuera de la pequeña choza y una mano en la empuñadura de la espada.
- ¡No te vayas, Casandro!. Antes de irte permíteme ofrecerte mi ayuda. Tengo algún poder y podría ser de gran necesidad en medio de este mar de soledad humana en el que algún desalmado nos ha dejado.
- ¿Por qué habría de fiarme de ti?.- Casandro sólo deseaba irse, alcanzar el Faro de Hércules en el menor tiempo posible y volver a su añorada Alejandría, navegar sobre aquellos canales del propio delta, sus fondos arenosos en los que poder pescar con aquel hijo que quizá ya pueda andar después de tanto tiempo perdido e indefinido para él.
- Porque yo te puedo proteger con mis poderes, porque si no es por mí nunca hubieras soñado con salir de este lugar.
Casandro se rindió a sus argumentos y se sentó mansamente sobre el suelo. Se miraron, fue una forma de rebajar la tensión entre los dos, ella entonces se aproximó lo suficiente para acariciarle el rostro mientras le besaba en los labios delicadamente, de forma prolongada, ralentizando el tiempo en separarlos. Irían juntos.

Caminaron juntos desde su choza, el valle quedó atrás en pocas horas. Hasta la Torre de Hércules había mas de cien km. después de dejar el valle. Elisenda, gracias a los años de observación llegó a saber como moverse fuera de sus dominios en la montaña. Conocía un pequeño andén de carga cerca de allí en la que muchas veces se detenían algunos trenes largos cargados de mercancías. Aprovecharon un tren que se dirigía hacia Ferrol cargado de bobinas metálicas.

Aquel tramo fue sencillo, en un día llegaron hasta la estación de la ciudad, pero ahora debían de cruzar la ría, una distancia aproximada de cinco millas y media. En aquella situación Casandro era el experto, no podía recordar el número de veces que había cruzado el Delta del Nilo, muchas veces en un tronco medio preparado para ello, otras en el navío real, otras pescando con su hermano mientras su padre estaba en Grecia haciendo la guerra.
- Ahora es mi turno. ¡Sígueme!
La cogió de la mano con el ímpetu y la fuerza de quien se sabe vencedor adentrándose en un bosque que casi besaba la ría. Casandro buscó metódicamente, unas veces cogía algún robusto trozo de tronco o palo grueso, otras encontraba restos de cuerdas, ramas frescas con poco tiempo de haber brotado, etc.
Construyo una rudimentaria balsa al uso persa, la forma de rombo lo delataba. Con otros dos palos mas secos fabricó dos remos fijando uno como timón en el costado de estribor. Estaba exhausto de trabajo y exhausto de placer por volver a sus orígenes.
Comprobó que su espada siguiera en su funda de cuero atada al pecho, que las cuerdas y ramas estuviesen perfectamente apretadas y ayudó a subir a bordo a Elisenda. Oscurecía en la Ría, el trafico de buques mercantes y de los navíos militares de la base naval cercana había cesado. Casandro se conducía zizzagueando entre unos extraños elementos flotantes de planta cuadrada; eran bateas para la cría del mejillón, pero eso ellos no podrían saberlo. Algún pescador nocturno y solitario en su pequeña chalupa los llamó al verlos pero ellos aumentaron el ritmo de las estropadas alejándose en silencio. Durante todo aquel trayecto la tensión se veía reducida progresivamente conforme la luz de aquel faro se agrandaba. No era tan grande como la del que conocía en Egipto pero seguía siendo también impresionante.
Al fin arribaron a la otra orilla, casi amanecía, podría ser más de las cuatro de la mañana. Había que buscar un lugar para ocultarse durante los próximos cuatro días hasta que la luna por fin pasara a su fase de Luna Nueva. Con lentitud y mucho sigilo alcanzaron la orilla de la playa de las Margaritas donde descubrieron un centro comercial que en aquel momento estaba en plena ebullición horas antes de abrir. Con sigilo se introdujeron escondiéndose en la sala de calderas. Era pleno verano y estaba claro que no sería un lugar de mucha actividad. Así permanecieron en él durante los cuatro días. Les sirvió de mucho pues podían comer y dormir sin grandes problemas y además encontraron la leña necesaria en pequeñas bolsas que los hizo sonreir doblemente.

- Es la hora, levántate Casandro,
Casandro se desperezó de aquella siesta y de un salto se puso de pies. Se cruzaron miradas furtivas, evitando leer sus ojos. Casandro por los nervios debido a la gran prueba, Elisenda por...

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