viernes, 19 de octubre de 2007

Viaje

La noche en retirada aun permite ver las pequeñas luces anaranjadas de los pueblos que aprisionan la carretera. Luces pares, fugaces, nos pasan sin piedad. Sus pilotos saben que al final de su carrera hay alguien o algo que no la tendrá con ellos. Miro por el centro del pasillo de esta nave con ruedas a través del gran cristal cómo los cañones de luz azulada taladran con facilidad la noche vencida.
Primera parada en esta ciudad cercana a la de mi partida. El tráfico es agobiante, gentes que antes nos daban la espalda la observas ahora irritada frente a un cruce atascado respirando el aire viciado de sus propias máquinas. Aun no se si el esfuerzo que hago para observar a los solitarios conductores de cada isla rodante es debido a la suciedad de los cristales o a la propia contaminación producida por ellos mismos.

La puerta se abre, gentes con aspecto adormilado buscan sus asientos mientras un ansioso humano, ávido de nicotina sale a la dársena de la estación para darse el último cigarro antes de alcanzar la próxima estación.


Faltan aun 130 Km. hasta mi destino. Un color gris propio del otoño rodea el autobús conforme el amanecer avanza sin un sol fuerte y verdadero que disuelva tanta nube. Los recuerdos en esta soledad deseada se agolpan en mi mente, mientras las nubes como si fueran esos recuerdos van quedándose atrás según pasan. Es el otoño donde las nubes todo lo copan, esa época en la que se intensifican las sensaciones de espera perdida por lo no alcanzado o por volver a sentir los triunfos de alguna nube pasada.

Me he despertado al inclinarse la nave sobre la rampa que da a la estación subterránea. Hemos llegado. Silenciosamente unos recogemos nuestras pequeñas cosas para el día, otros llaman de forma apresurada a sus familiares, jefes o amantes para que sepan de su llegada. Paseo por la bahía de Santander, la mar en calma total hace que se aprecien las pequeñas olas sin espuma de un velero entrando en el puerto deportivo. Lo gris comienza a torna en un azul claro interrumpido por nubes en forma de cúmulos desplazándose con lentitud hacia el interior.

Ya terminé mi labor aquí. Gustoso encamino mis pasos hacia el puerto abrigado donde me espera otra nave rodante que me devuelva a casa. Todo se hace a la inversa. La noche en su sed de venganza devuelve su derrota por derrota de la luz. Aliada de su alfombra estrellada, va inundando el caminos de faros con destinos diversos. Muchos deseando alcanzar su casa, acelerando por alcanzar el bien de su interior. Ya justificaron su jornada en lugares muchas veces inhóspitos, otras bélicos y las mas anodinos.

Se acabó el viaje tal y como empezó,
entrando de noche en Gijón,
entre luces que con ella compiten.

Nada me importa, mis tres estrellas deslumbran la estación.

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