viernes, 2 de noviembre de 2007

Borodin (y fin)

...Borodin estaba tumbado en su coy frente al porche de su dacha, el sol de junio calentaba sus mejillas. Mientras, Kristina tendía las sábanas en el tendal que él hacía dos días había montado en el exterior. Los niños correteaban entre ambos hasta que Joseph vino corriendo hacia él y comenzó a balancear el coy.
- ¡Joseph, estate quieto, que me caigo!, ¡Quieto...
Un golpe lo despertó de aquel sueño imposible de cumplir. Una enfermera dos veces mas grande que él, de un cachete lo sacó de aquel maravilloso letargo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz se dio cuenta que su familia sólo estaba en su foto y en su recuerdo. Pero había sido la primera vez que soñó algo que no fuese tenebroso con su familia.

Un color sepia en las paredes, desconchones y ventanas rotas con papeles y cartones por cristales, eso y las nueve camas con camaradas en su misma o peor situación fue lo que vio. La enfermera, en un ruso medio inteligible le mandó quedar quieto mientras le pinchaba con una jeringa metálica algo que le resquemó todo el interior, cerrando los ojos casi podía dibujar sus propias venas mientras aquel extraño líquido iba recorriendo estas. Aquella masa femenina Le lanzó un trozo de trapo para taparse la herida y giró su enorme trasero para irse a “torturar” a otro herido.

Pasaban las horas lentamente, entre quejidos y agónicas demandas de auxilio. Borodin estaba bien, su costilla parecía ya en el sitio y la pierna no le dolía. Se preguntaba por Vorev, quizá le hayan destinado a otro avión. “Lástima”, pensó, “no lo conoceré ya nunca”, era otra oportunidad perdida que se conjuró a nunca repetir.
Por la tarde llegó la misma enfermera, como pudo intentó preguntar donde estaba pero antes de que terminase su frase aquel gigante con tobillos finos a punto de quebrar le espetó un, ¡silencio!, mientras comenzó a lavarle. Ni siquiera en medio de los ataques antiaéreos sintió un azote mayor a sus huesos.
Por fin, el vecino de la derecha, con las dos piernas colgadas, le dijo que estaban en Leningrado. Asustado, Borodin le preguntó cuantos días llevaba allí.
- Camarada Borodin, que ya sabemos casi todo de ti, llevas cincuenta días, de los cuales los primeros treinta desde que llegaste no paraste de delirar entre sudores y fiebres. Ahí donde la ves, Constantina te curó y te salvó la vida. Esta algo gorda y es muy bruta, pero acabas queriéndola.
Borodin quedó pensando, recordando cómo se había dormido, se encontraba deshecho, pero no peor que otras veces después de un combate. “Quizá perdí mucha sangre”, pensó.
Dos días después su recuperación se hizo más patente, comenzó a dar paseos por el patio del hospital que daba a una de las calles del centro de Leningrado o lo que quedaba de el. La primavera, aunque fría había tapizado todo de flores y los pájaros habían regresado. Entre tanto desastre la vida renacía.
Volvería a su casa, a lo que quedaba de ella. La guerra tenía los días contados y el no tendría tiempo de incorporarse así que se pondría a recuperar a marchas forzadas el tiempo perdido.
A lo lejos, doblando la esquina del Hospital vio a su salvador, Vorev que se acercaba. Agitó una de las muletas nervioso, su salvador había vuelto a verle.
- ¡Vorev!, ¡Aquí, soy yo, Borodin!
Vorev le devolvió el saludo y al instante tres personas aparecieron detrás de la esquina, una mujer y dos niños. “¿Será su familia?, nunca supe que la tenía”. Se fue acercando y cuando ya su vista pudo distinguirlos descubrió que no era su familia, la de Vorev, ¡era la suya!.
No pudo mas, cayo al suelo desmayado por la impresión. Las dos muletas le siguieron. Rápidamente llego Kristina que le cogió por la nuca besándolo, los niños se arrodillaron acariciándolo, Vorev trajo un poco de agua entre las manos de la fuente del patio arrojándola a su rostro.
- ¡Kristina!, ¡Joseph, Katiuska!, estáis vivos.
- Si, Borodin estamos bien y tu también, volvemos a estar juntos. No sabes lo que te hemos echado de menos. Sabíamos de ti pero tu no de nosotros. Sabemos todo lo que has sufrido, pero todo ha acabado ya.
- Si, esto no lo esperaba. Kristina, tengo todos los proyectos del mundo, la guerra acabará pronto, reconstruiremos nuestra Dacha, Joseph será el mejor piloto y Katiuska la mejor médico de todo Leningrado.
Lo incorporaron, Vorev desde una posición algo retrasada los contemplaba con nostalgia, el no tenía a su familia. Fueron paseando mientras Kristina le contaba su peripecia, cómo había llegado hasta allí, Borodin no la creía, gesticulaba intentando no aceptar toda aquella historia. El rostro de Borodin fue cambiando de expresión hasta que doblaron la esquina.
- Mi amado Borodin, compruébalo tu mismo.
El capitán Borodin miró hacia abajo y pudo comprobar como seguía ardiendo su avión y como su cuerpo yacía junto al de Vorev ametrallado por aquellos cazas, miró a Kristina y a sus dos hijos fundiéndose en un eterno abrazo mientras su mirada se emborronaba entre agua y sal...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita historia; emocionado e insospechado final. Se me han llenado los ojos de lágrimas.

Marina

Anónimo dijo...

De todos los relatos que he seguido en este blog no sé si éste será el mejor, pero ha sido el que a mi más me ha gustado.
Desde la sombra, somo muchos los que te seguimos.

Alquimista

Butterfly dijo...

Comparto con Alquimista... es uno de los mejores relatos que te he leído mi querido Blas...

El final fue sorprendente, me recordó a la película Los Otros...

Siempre encantada con tus fieles visitas.

Disculpa el que no postee a menudo, pero te leo siempre...
El tiempo corre muy rápido últimamente...

C.G.