martes, 13 de mayo de 2008

Suav e como las Dunas (19)

…Dejamos aquella cena tan insípida junto al vino de uvas desconocidas, cogí de la mano a Elvira y salimos sin pausa del comedor. Busqué al GEO de la puerta pero habían cambiado el turno, así que le pedí al nuevo que me llamara al taxista de la tarde. No pasó mucho tiempo entre la llamada y que, de un frenazo, aquel coche ahora totalmente parecido a un verdadero árbol navideño del mismo centro de Nueva York se plantase frente a la embajada. El mismo hombre gordo que me atendió por la tarde salió como un rayo deslumbrante rasgando con aquella dentadura la noche de Mascate. Se apagó, se apagó en un instante tan rotundo como un segundo después de soplar las velas de una tarta; fue vernos y perder su potencial negocio que prometía como tantas noches de correrías a través de los lupanares “chic” preparados para los occidentales.
- ¡Ah! Hola. ¿A dónde de esta vez?
- Al mismo lugar y como antes. El silencio relaja.

Una mueca de desprecio se adivinaba en aquel rostro desde su sumiso proceder al abrir la puerta a Elvira, que se confirmó con el portazo posterior. Arrancó sin encomendarse a nadie, los veinte minutos de trayecto para mí fueron veinte almohadones sobre los que apoyaba mis ilusiones cumplidas. Y cumplidas bien, pues decidido quedaba mi rumbo tan solo a la espera de fecha, mi hermano y yo enfilábamos al fin nuestros sueños algo perdidos durante algún tiempo, cumplida también quedaba mi oferta a Elvira; mi deseo de llevar con nosotros a quien podría hacer de los tres el triángulo perfecto, la que nos separase cuando uno quisiera escalar la ola más alta mientras el otro sólo deseara vomitar a sotavento las sardinas que pescamos la marea anterior. El vértice sobre que el nuestras proas serían los lados que se abran o se cierren según brille el sol o arrecie la tormenta. Confiaba con la fe ciega del creyente ortodoxo en que Elvira embarcase con nosotros, pero a cada segundo de fe ciega le seguía otro de duda terrible por perderla. “Lo que sea, será” solo me atreví a pensar eso y a soñar, simplemente.

Nos dejó en aquella noche estrellada frente a la entrada de los muelles deportivos. La verdad es que se percibía un buen ambiente en los locales del muelle, le dije al taxista que nos buscara a medianoche y esta vez le di cuarenta dólares de propina. La noche era clara y calurosa, de los bares del muelle deportivo llegaban los sonidos de músicas mezcladas con los golpes de los cabos y velas recogidas contra los palos movidos por la brisa que huye de tierra la mar durante la noche. Caminábamos decididos aunque sin apretar el paso, conforme nos acercábamos mi inseguridad se tornaba evidente, yo había previsto traerla a la mañana siguiente, no contaba con que aquellos tipos del astillero fueran tan rápidos. Alcanzamos el astillero y allí estaban, dos focos enormes de 2000 watios a cada banda del fearless mostraban la febril actividad cuando su “negrero” me vio. Con grandes reverencias se acercó a nosotros

- Buenas noches Sir, buenas noches le deseo Lady. No esperaba su visita a estas horas, estamos trabajando a destajo y mañana tendrá su barco a flote para sentirlo.
“Sentirlo”, “Después de todo este hombre parece que sabe de lo que habla”, me gustó volver a escuchar esos términos de un barco.

- No se preocupe, ¿podemos subir a bordo?

Con un gesto hizo que todos detuvieran los trabajos mientras desde el fearless largaron una escala de gato por la que ayudé a subir a Elvira. La cubierta tenía mejor aspecto a la luz de aquellos faros. Entramos por el tambucho y el olor nos hizo recular. De un suave empujón obligué a entrar a Elvira. El camarote de popa estaba destrozado pero era amplio y las habilitaciones de cocina, mesa de cartas, camarote proa necesitaban un buen remozado. Cogí de la mano a Elvira y me lancé
- Elvira, os presentaré, este es mi hermano alguien a quien he encontrado después de buscar y dar tumbos por medio mundo sin saber que estaba en todos los barcos que iba encontrando por cada costa perdida. Está enfermo, pero el tratamiento lo pondrá en forma antes de lo que piensas. Yo también estuve enfermo, de soledad entre la gente, de pobreza entre nóminas y gastos de viaje astronómicos, enfermo de amor por no tenerlo, por no saber esperar a que sea la ola la que me lleve sin empujarla hasta deshacerla. Mañana le daré 10.000 euros y aún me quedan otros tantos para poner a punto en material y provisiones. El sur, su hemisferio nos está esperando sin más, siempre soñé con doblar el cabo de Buena Esperanza, alcanzar El estuario de La Plata, Buenos Aires. Trabajar, buscarnos la vida entre él y yo… y quizá tú. Volver a casa, sabiendo que nuestra casa estará ya siempre entre sus cuadernas cuarteadas que fraternalmente nos recogerán cuando estemos cansados, cuando estemos ansiosos por abrazarnos, por amarnos, cuando las olas enfurecidas no quieran dejarnos vivos en cubierta. Poder hacer fondo frente a la Isla de Izaro y entre las miles de gaviotas como testigos pedirte por esposa a los dioses de la mar. ¿Vendrás?

En toda mi vida pasada nunca supe que de mis labios pudieran salir tales propuestas, supongo que la razón reside en quién es quien está frente a ti, en qué es lo que se siente cuando de verdad se siente. Elvira había olvidado la herrumbre y infecto olor a cerrado del Fearless. Solo me besó, solo nos besamos y si pensó lo que yo pensaba en aquel momento, entonces pensaba en lo que nos quedaba por delante, sin pensar en lo que dejábamos atrás. Salimos fuera y bajamos por la escala de gato, despidiéndonos de aquellos hombres que continuaron con el trabajo. Aún quedaba tiempo hasta medianoche así que lo celebramos en uno de aquellos bares del muelle. Había ruido, pero nosotros ya solo hablábamos de los nuevos proyectos, rumbos, días hasta alcanzar la Isla de Reunión, lo que haríamos al llegar a Buenos Aires. Quién sabe, podríamos adentrarnos y conocer el interior del país. Imaginamos tantas cosas que nos olvidamos de todo y tuvimos que correr hacia la salida del puerto para no enfadar a nuestro orondo taxista.

Durante el trayecto hacía la embajada quisimos besarnos, pero el terrible olor del ambientador al máximo con el que nos regalaba el taxista, animadas por sus toses de fumador de puros “King size” nos quitaron las ganas. Llegamos a la embajada, pagué al taxista y nos fuimos juntos a dormir. Su habitación daba al sur, se podía ver la luna sobre el golfo de Omán y decidimos dormir en la terraza, al día siguiente ya habría tiempo de "pedir la cuenta al CNI" por valija diplomática…

1 comentario:

Armida Leticia dijo...

Me gustó la actitud de Elvira, la aceptación por el hermano de Carlos.

Saludos.