domingo, 13 de julio de 2008

Oro en Cipango (14)

…navegamos con rumbo WSW durante dos días sin novedad reseñable a nuestra vista. La vida normalizaba a mayor velocidad conforme el tiempo entre locura y realidad aumentaba al mismo ritmo que la popa del San Francisco largaba leguas o millas, como deben nombrarse a bordo, entre nos y la tierra que dejábamos atrás. Sebastián y yo no teníamos labores propias de marino, aunque en mi caso y después del gran viaje gastado años atrás por aquellas mismas aguas algo más al Sur, mantenía mis conocimientos del arte de marear, de saber llevar la vida de mar sin temblar ante situaciones que en tierra carecen de relevancia y a bordo, por el contrario, suponen verdaderas cuestiones de honra. Esto me hizo en muy poco tiempo ser bien considerado entre la tripulación; siempre, con humildad ante quien lo era también, me ofrecía gustoso aportando mis conocimientos las mas de la veces con éxito, hecho que me granjeó un liderazgo que no sorprendió a Don Sebastián.

Después de aquellas prometedoras dos primeras singladuras a buena marcha y correcto rumbo oeste, un caprichoso Eolo decidió mover sus hilos, quizá por alguna influencia perversa de Eris o quizá la mismísima Hades de salida de su inframundo a veces tedioso; es conocido de ambas el gusto de perturbar la calma de tanto dios aburrido de serlo. El hecho no fue otro que la desaparición de aquel maravilloso soplo, que roló en media jornada a puro Oeste con rachas fuertes. Don Miguel Rocha, como buen piloto mayor y conocedor de la navegación en aquellas latitudes, confirmó con nuestro capitán virar al sur para ganar los vientos mas seguros del galeón de la China. Esto nos obligó a tomar un rumbo paralelo a la costa a la espera de que los vientos tuvieran a bien darnos paso al oeste.

Algo defraudados después de la prometedora partida, nos fuimos a cenar a la cámara del capitán. Solían ser buenas cenas acompañadas del vino y aguardiente del virrey entre Don Sebastián, mi ahijado, nuestro maestre Don José de Urquijo al mando de las tropas de tierra, Don Miguel Rocha y el capellán Don Rodrigo Ruiz algo tragón pero de buen compás en esto de su laxitud para con las prescripciones de la Santa Madre Iglesia. Y es que Don Sebastián tenía buen tino con lo que a su vera embarcaba, era el gran maestre que todo soldado necesitaba para no tener dudas en “jugársela” por él y su proyecto, fuere el que fuere.


Aún la luz luchaba contra la noche vencedora cuando nos sentamos a la mesa de nuestro comandante. Aquella vez tenía la sensación que el padre Ruiz llevaba la hambruna dibujada en el rostro, pues la bendición se redijo a un somero gesto de la Santa Cruz sobre las viandas a las que no perdía su desorbitado ojo.

- Serviros, padre. Que no se hable en Roma que no mantenemos en buen estado la salud espiritual en los navíos de Su Majestad.
- Don Martín, ¿cómo veis vos la situación? Usted ya navegó por estas latitudes y me gustaría saber su opinión sobre este viento tozudo como buey frente a suelo de ciénaga. Don Miguel es ya cansino en su afán por asegurarme que aun necesitamos navegar varios grados mas al sur antes de intentar atacar el rumbo oeste.
- Capitán. Don Martín Rocha es un perro viejo en estas lides. Estoy con él y que dios en su inmensa paciencia tenga a bien darnos buen viento cuanto antes. Aunque siempre tendremos a nuestro padre Ruiz para interceder. ¿Verdad, Padre?


Aquél glotón vestido de capellán no tenía sentidos disponibles para escucharme en tal situación. Su concentración estaba dirigida a aquella pata de cordero regada con verdadera “sangre de Cristo”; bien sabía él que en dos días mas se acabaría los buenos platos de carne fresca y el salazón daría paso a presidir mesas y platos.


- No seáis blasfemo Don Martín, nuestro señor es justo hasta en su castigo. Y vos deberíais saberlo como el que más. Sed pacientes y aprovechad este trozo de costilla que bien puesta está para nuestro gozo.

Nos reímos con aquél hombre que no estaba de sanador de nuestras almas a bordo por su ejemplo cristiano, sino por su poca querencia a esos inquisidores malditos, que tanto escarban donde nada malo hay, hasta que es su propia locura la encuentra males que sólo residen en su oscuro corazón, y corazón digo, pues dudo que posean alma semejantes monstruos tocados de varita divina. Don Miguel, con sus ya gastados cincuenta años entre olas, naufragios, maniobras de ataque y huida frente a enemigos de pelajes diversos, siempre nos amenizaba la sobremesa entre tragos de cazalla con sus historias viejas preñadas de viejas y humanas razones como son la guerra, la aventura, el amor y el odio. Muchas veces he pensado en la vida de clausura, en la vida de monje; muchas veces no la he entendido, pero otras tantas he comprendido lo que significa aislarse del mundo banal, saturado de rencillas, ambiciones, lujurias y demás humanas actitudes, muchas veces y esta era una de ellas, donde compartías un mismo deseo, una misma razón que movía sentimientos mientras el mundo seguía su curso. Un claustro que duraría lo que durase la singladura al Cipango que esperaba mas al oeste.

- ¡¡¡Vela por la amura de babor!!!

Nos levantamos al unísono, sin dar tiempo, Don Sebastián se dirigió a Don Miguel

- Don Miguel, orden de zafarrancho y prevención para el combate. No sabemos qué navío pueda ser lo que avistó nuestro serviola y nunca Dios premió a quien no se previniese.




Ya en cubierta, todos los largomiras cazaban cualquier silueta que rompiese la eterna línea del horizonte que ya se confundía con la anochecida...

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