viernes, 25 de julio de 2008

Oro en Cipango (18)

... Don Sebastián, con dos órdenes claras dispuso los camarotes de Don Miguel Rocha para padre e hija y destinó a su segundo al camarote de aquel rastrero contador de apellido Villarejo. Y es que la miseria sea de camarote o de hambre se transmite del poderoso al débil en su gradual e imperturbable transición de descenso. Nuestro navío era quizá el mayor que habría en aquellas latitudes, si exceptuamos el galeón de la china. Aún así adolecía de las comodidades de un buen galeón de las Indias y, por ello, nuestro capitán puso todo su empeño en mejorar las condiciones de aquellos huéspedes inesperados. Por mi parte la recepción con bendición incluida del Padre Ruiz fue apoteósica, me había convertido en un héroe ante aquellos hombres, muchos de ellos sin otra visión que la que delimitaban las bordas del navío como su universo vital. Lo celebramos con las debidas y obligadas oraciones al Altísimo, mientras desde el antes nombrado Mercurio y ahora rebautizado como María de la Victoria por deseo personal y concesión sin tribulación alguna de Don Sebastián, llegaban los gritos de los cordeleros tentando las escotas nuevas desde las vergas, los golpes metálicos de decenas de martillos sobre clavos que aseguraban tablazones de fortuna sobre boquetes y regalas destrozadas por el combate que predecían una noche larga de duro esfuerzo reparador para aquellos orfebres de la navegación.

Con casi la media noche sobre nuestras cabezas nos sentamos a la mesa del comandante, creo que nadie reparó en abrir sus baúles para vestir las galas pensadas para nuestro deseado desembarco al otro lado del mundo; y es que se respiraba la tensión que irradia una mujer sobre cubierta y eso daba alas al espíritu embrutecido que brota cuando hombres entre sí y la nave es lo que se encuentra en cada singladura. Rematamos las últimas carnes en salazón que aún no estaban en exceso saladas y corrieron bastantes frascas de buen vino del virreinato.
- Contadnos, Don Dionisio. ¿Cuál es motivo de tamaña travesía desde el alto Perú? Según mis noticias no existe relaciones comerciales marítimas entre ambos virreinatos por vía marítima
- Capitán, tenéis razón pues no es otra la razón de mi arribo a estas latitudes que la encomienda del Virrey de aquellas tierras de sur para mi colaboración en el establecimiento de tierras de cultivo. hace dos años se recibieron, con la llegada de colonos nuevos, la impronta de las nuevas técnicas de labor llegadas de la metrópoli. Apoyé éstas con el asentamiento de estos colonos en mis tierras del Perú y se demostraron sus valores. Parece que por esta razón me reclamaron en México.
- Buen olfato tiene nuestro Virrey Don Gonzalo para los negocios y prosperidad del reino. Pero no creáis que sólo lo tiene para los negicios , por ello le ruego que reciba este consejo de mi persona sin ofensa para vos, Don Dionisio: cuídese de mantener mucho tiempo cerca de Don Gonzalo a tal bella hija o no habrá cultivo de mies que frene sus pecaminosos ímpetus.
Nos miramos, miramos a Don Dionisio y a su hija con mirada con diana certera al plato para no mostrar su segura vergüenza y aquel silencio trepanador duró lo justo hasta romperse por las voces indignadas del Padre Ruiz.

- ¡Capitán! ¡Dios le libre de volver a poner tales pecados en boca de su excelencia! Don Gonzalo es hombre cumplidor con nuestra Santa Madre Iglesia, de beato proceder y de una sola mujer.

Las carcajadas inundaron la estancia al escuchar tal encendida defensa del Padre, que no esperó contestación de Don Sebastián, hincando el diente a la última pata de cabrito que sucumbía ante aquella fuerza contra el hambre propia.

- Mis disculpas, Padre. Aún así Don Dionisio, aceptad mi consejo de amigo. ¡Brindemos por la victoria, caballeros!

Fue una velada tardía impropia de un barco en alta mar, pero hizo que sintiéramos liberados los unos de nuestras ataduras, mientras otros festejaron el encuentro y conocimiento real de personas a las que ahora conocieron verdaderamente en combate, donde la sangre, el miedo, el honor, el recuerdo de lo bueno y los temores a lo malo recorren las almas y destruyen los valores que antes férreos aparentaban. Tras aquella velada no dimos lugar al descanso, Don Sebastián, Don Miguel y yo interrogamos a Don Mauricio, hombre al que aquel trato de igual y las mas de tres frascas de vino liberó también, pero de capitán discreto a bravo lenguaraz. Descubrimos el plan de localización de fondeadero discreto, donde crear una base holandesa con la que hostigar a nuestros apostaderos y reforzar de forma progresiva con otros navíos. Le informamos que sería juzgado en la corte del Virrey y que, en caso de conversión a la verdadera religión y renuncia a su pertenencia a los rebeldes orangistas, sería bien recibido entre nuestra sociedad, tanto él como su tripulación. En caso contrario se aplicaría la sentencia dictada en el juicio sumarísimo con presencia del virrey.

Con la amanecida, todos los oficios continuaban su duro trabajo. Comprobamos que el palo mayor estaba enhiesto y aparejado con cables, escotas, cabos y aparejo suficiente. La balconada de popa había sido sellada de una forma un tanto basta, pero segura y el velamen estaba listo para ser izado sobre la jarcia. Requisamos la mitad de los barriles de pólvora y los cañones de menor calibre para armar mejor nuestros alcázares de popa y proa. Balerío, mosquetes y chuzos de abordaje también traspasamos en la misma proporción. Solo quedaba designar guarnición para escoltar a la tripulación que marinase el Mª Victoria hacia Acapulco. En esto último era Don Sebastián ducho y de buen cálculo, por lo que escogió a doce hombres bien compensados al mando de don José de Urquijo quién, como recordarán quienes hayan llegado hasta esos folios, era nuestro maestre de campo. Hombre al que Don Sebastián descubrió en el combate como poco amigo de dejar ver su piel al plomo enemigo y su ánimo a la moral de sus hombres.

- Don José, vos como maestre de campo llevaréis este trofeo a su excelencia el Virrey, seguro estoy de vuestro conocimiento y valor para alcanzar la meta por la que seguro os recompensará su Excelencia.

Aquellas vacías palabras que cualquier hombre de reales principios sabría distinguir como cantos de falsa sirena, unidos al sonido de la palabra “recompensará”, largaron en volandas el trapo del navío mental de Don José, que sonrió con un brillo que me trajo recuerdos despreciables de tiempos que parecían olvidados. Antes de despedir a Don José, nuestro capitán le entregó dos cartas lacradas para su Excelencia el Virrey. La mirada con el brillo propio del regalo al amigo que cruzó conmigo, me convenció que en una de aquellas misivas, iba mi perdón. Mi Sebastián entregó el navío a Don José y retornó a nuestro “San Francisco”. Sin mas, largamos cabos, y con la lentitud propia de aquel viento sin fuerza nos fuimos separando las dos naves.

El viento se mantenía flojo del oeste, con lo que mantuvimos el rumbo que llevábamos al encontrarnos con aquella presa. Mientras el Mª Victoria se alejaba algo mas veloz con el viento acariciando suavemente su popa, como besando espalda de mujer por hombre enamorado. Una andanada de saludo nos hicieron casi a la línea de horizonte, a la que respondimos con orgullo. Cipango nos esperaba, sin mas demora que la aquellos ancianos cascarrabias se propusieran plantando viento y mar ante nuestra proa. Pero a fe que sería nuestro.
El viento roló al fin en media jornada más de navegación y ya con la anochecida nuestro tajamar hacía el rumbo oeste noroeste...


2 comentarios:

Anónimo dijo...

La inquietud de la llegada a Cipango se une a la tristeza de saber que tan buen relato llegará a su fin. Esperaremos nuevas sorpresas.

Besos

Armida Leticia dijo...

Te dejo un saludo desde el otro lado de la Mar Océano, he estado algo deprimida, pero no por eso dejo de leerte, lo que pasa es que a veces, no se que comentario hacer.