...Dos meses y medio han pasado ya desde aquella despedida del Mª Victoria, de la compañía de sus prisioneros liberados, Doña Mercedes, su padre y Don Guzmán, aquel hombre que cambió un bergantín y unas duras jornadas en el sollado como reo, por un robusto navío de roble holandés una vez se expropiaran las vituallas, cañones y objetos valiosos, que de seguro pasarían a propiedad de la Corona. En aquella larga travesía atravesamos turbonadas de agua, viento y sal como dura prueba para hombres a los que nada nos quedaba mas que la Divina Providencia y las espaldas de cada uno apoyadas entre sí para sacar avante nuestra nave, que era sacar adelante nuestra propia vida. La situación del San Francisco no era muy buena, embarcábamos cada día mas agua entre las rendijas cada vez mayores en las juntas dañadas por la broma, ese molusco maldito para la madera de nuestro buques. Desde el domingo pasado se habían establecido turnos en la bomba de achique para mantener los niveles en valores seguros para la flotación. Don Sebastián y todos los que marinábamos el navío solo manteníamos la vista en el horizonte rayando el este y los oídos en los partes que el maestre carpintero nos recitaba en cada cambio de guardia sobre el nivel de agua embarcada.
Aquel día ya terminaba, nos disponíamos a dar cuenta de las últimas provisiones con cierto sabor terrenal, aunque desde hacía muchas singladuras en salazón. Pronto habríamos de reducir aquél régimen alimenticio a la maldita galleta que todo navío de su real majestad portaba en sus más inverosímiles pañoles. Digo maldita, pero de divina existencia, pues gracias a semejante duro biscote, gran parte de él con mas de un año a bordo, nos salvó a nos y a tantos marinos de morir de hambre en las grandes encalmadas que nuestro Eolo tenía a bien plantar alrededor de nuestras amuras.
En aquella ocasión, de forma inusual, tan solo nos reunimos alrededor de aquella mesa mi Sebastián, Don Miguel Rocha, Don Sebastián y yo. Mucho me extrañó la ausencia del padre Ruiz que no se perdía ninguna ceremonia en la que sediese oportunidad a ingerir alimento.
Aquel día ya terminaba, nos disponíamos a dar cuenta de las últimas provisiones con cierto sabor terrenal, aunque desde hacía muchas singladuras en salazón. Pronto habríamos de reducir aquél régimen alimenticio a la maldita galleta que todo navío de su real majestad portaba en sus más inverosímiles pañoles. Digo maldita, pero de divina existencia, pues gracias a semejante duro biscote, gran parte de él con mas de un año a bordo, nos salvó a nos y a tantos marinos de morir de hambre en las grandes encalmadas que nuestro Eolo tenía a bien plantar alrededor de nuestras amuras.
En aquella ocasión, de forma inusual, tan solo nos reunimos alrededor de aquella mesa mi Sebastián, Don Miguel Rocha, Don Sebastián y yo. Mucho me extrañó la ausencia del padre Ruiz que no se perdía ninguna ceremonia en la que sediese oportunidad a ingerir alimento.
- ¿Y nuestro guía espiritual? No podemos empezar sin él.
- Hoy a nuestro Padre Ruiz le he mandado a rezar con la marinería, que falta les hace un poco de caridad cristiana
La forma de decirlo y de mirar no era la propia de otras veces, con lo que me dije que era mejor quedar a la espera “en facha” y ver acontecimientos.
- Don Miguel, ¿cómo tenemos la sentina?
- Picando la bomba de achique sin tregua, de momento sacamos más de lo que embarcamos, pero no durará mucho este cantar. Necesitamos arribar a un apostadero que nos permita reparar la nave o no se logrará la empresa.
- Tenéis razón. Creo que si se mantienen estos húmedos vientos del sur, con ayuda de Dios, arribaremos antes de que las cosas empeoren. Este mediodía calculé la altura al sol y mantenemos una posición bastante aproximada a Monte Rey, que es la guía indicada por los anteriores capitanes que esta ruta ya hicieron, mas desde aquella turbonada de casi seis días que nos obligó a correr el temporal, no tengo una referencia correcta de nuestra longitud. Ese maldito temporal nos corrió tan al oeste como sus malas entrañas le dio a entender. A estas alturas deberíamos ver ya las costas del Japón.
- Recemos para toparnos con ese Japón al que tanto interés tiene nuestro Rey que arribemos con fortuna.
- No lo dudéis, Don Miguel, pues no sólo misión nuestra es mantener y fortalecer nuestras relaciones diplomáticas como pretende nuestra Corona, sino la de establecer lugares donde poder hacer escala nuestras naos desde las Filipinas y mejorar nuestro comercio. Eso con la venia del emperador de aquellas tierras.
- ¿Y si no nos la dispensa?
Don Sebastián se aproximó a un pequeño arcón empotrado en la amura de babor, con parsimonia esperó al clic metálico propio de cerradura bien engrasada para extraer unos documentos que fue hojeando hasta detenerse en unos párrafos concretos
- Si no la dispensa, nuestra misión será convencerle, darle aviso y recomendanción de que es mejor que lo haga. Si me permitís continuar, además de todo esto como verdadera excusa de peso que es nuestro viaje para cumplir con mi labores diplomáticas ante el shogun en aras a conseguir licencia de comercio y apostaderos que beneficien a ambos, nuestro destino también esta escrito en lo que de seguido os leeré. Lo que aquí voy a leer es secreto Real, castigado con muerte al cañón su difusión sin mi autorización, leo la cédula real. “...haviendo de treynta y dos a treynta y cuatro grados dos yslas que llaman Rica de Oro y Rica de Plata a oeste leste de puerto de Mte. Rey casi en un mismo paralelo aunque en gran distancia de longitud y que todos los que an tratado de aquella navegación y la an hecho dizen que ambas son muy a propósito para hazer escala las naos de filipinas y que combiene reconocer y poblar alguna de ellas para este efecto...”
Continuó leyendo, estaba clara nuestra doble misión, la diplomática y comercial por un lado y la de conquista y localización de aquellas islas de gran valor estratégico, de las que todos los rumores hablaban como repletas de enormes riquezas que en ellas debían haber. Había una tercera misión, la que realmente mueve las almas inexpertas, la avaricia.
- Pero aún tenemos más motivos y buena prueba de estos los tuvimos al zarpar de San Blas; nuestro Gobernador de la Filipinas en su entrevista con el segundo Shogun Tokugawa, corroboró la presencia de los holandeses en tratos con ellos. La cuarta parte de esta misión es la de localizar sus factorías y si es posible convencer al Shogun de que los expulse del país, en caso contrario con sus posiciones a buen recaudo, dar aviso al Gobernador de Filipinas para hostigarlas hasta destruirlas desde nuestras Islas mas al Sur. De todas formas no sabemos la situación del Japón después de la marcha de Don Rodrigo de Vivero. Mis órdenes son éstas, unas escritas, otras transcritas a voz al oído por nuestra excelencia en México. Como mis hombres de confianza os las hago saber a estas alturas, en que creo estamos pronto a arribar a sus costas. Hemos de mantener la unión estrecha y los ojos y oídos abiertos al máximo prestos a cumplir lo que nos encomienda nuestro país. Será difícil pero nada hay a proa que pueda con nuestro espíritu bendecido por Nuestro Señor.
Quedamos todos mudos, la empresa era de envergadura y eso nos hacia empequeñecer, teníamos seguramente el mejor navío del Mar del Sur en aquellas latitudes aunque hacía aguas. Teníamos una tripulación ignorante de la verdadera misión a la que habría de informar y dejarla lista para el combate si eso fuera preciso. Los holandeses acechaban ya por aquellas latitudes y eso nos iba obligar a ser cautos. El reto estaba definido, la voluntad de hierro, los sueños de gloria y honor con el dorado del oro esperaban , había que mantenerse a flote y no solo era el San Francisco el que lo necesitaba.
Cada uno se retiró a descansar, menos Miguel Rocha que presentía la llegada y prefirió acompañar a su piloto. La noche fue revuelta por el duro cabeceo del navío y los continuos sueños abonados por negras semblanzas acechantes sin tregua durante la madrugada. No pude mas y poco antes de la amanecida ya me encontraba sobre el alcázar con mi buen Don Miguel. Nos miramos con la tensión tatuada en los ojos. Realmente ninguno pudo dormir, mientras manteníamos nuestras ganas de lanzarnos y correr sobre las aguas, como ya hizo nuestro Señor Jesucristo, en un vano intento por alcanzar lo que se nos antojaba cada vez mas inalcanzable. Mientras, el continuo picar de la bomba de achique, su ritmo agitado simulaba la del propio palpitar de aquél navío con todos nosotros a bordo que luchábamos por resistir y arribar como fuera.
- ¡¡¡Tierra!!! ¡¡¡ Por la amura de babor!!! ¡¡¡Tierra!!!
Un lengua de tierra se presentaba, Uraga estaba cerca, descanso y reparación al fin...
Armida esta entrega, si en algo vale, es tuya, que no hay que deprimirse pues siempre hay una orilla mas adelante que seguro nos dejará reposar nuestro atribulado sentimiento.
Un beso
3 comentarios:
Excelente capítulo, sí la búsqueda muchas veces es motivada por la avaricia.
Qué bella imagen también.
La orilla siempre está.
Un abrazo.
Alicia
¡¡Gracias Blas de Lezo!! Tú sabes cómo me gustan tus relatos, es un placer leerte, disfruto el idioma que hablamos... e imagino cada ves que te leo, a un narrador con acento español... a veces no se que comentario hacer...ya estoy saliendo de la depre...¡ah! gracias por escribir México con "x".
Saludos y un abrazo
Un nuevo horizonte... una nueva aventura?
Besos
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