sábado, 2 de febrero de 2008

Malmö (y final)

...la mar ahora golpeaba de través, a esas alturas ya nadie se ocultaba, habíamos sido descubiertos. La corbeta alemana se mantuvo navegando en círculos respetando de momento las aguas suecas. Quién sabe si sólo esperaba que fueran los mismos suecos los que nos apresaran para entregarnos a ellos sin piedad. No representábamos nada, solo un puñado de judíos que a nadie importaban dirigidos por cinco hombres inexistentes, venidos de otro espacio y tiempo en el que aquellas atrocidades se seguían cometiendo en todo lugar “gracias” a la globalización. Lo que daría esos asesinos por saber que su doctrina resiste disfrazada de tantas cosas, atemperada por cientos de decorados de falsa caridad o solidaridad, que tranquilizan conciencias, pero mantienen a la injusta muerte continuar su caminar escoltada por su eterna compañera la Hipocresía.

- No resistiremos este viento del Oeste con la mar del mismo través, en cualquier momento encallamos.
- Haz lo que puedas, Rianxo, si encallamos que sea en buen lugar para desembarcar.
- ¡Ja! Como si esto fuera un autobús.
La verdad es que era una tontería lo que acababa de decir pero no se me ocurría nada y necesitaba expresar lo que deseaba, expresar lo que deseaba todo el mundo que ya no se ocultaba en cubierta agarrado a cualquier cosa con tal de ver y saltar cuando fuera preciso. De pronto surgió un ruido como el de una puerta enorme sin engrasar que se abría produciendo un chirrido que taladró los corazones de todos, junto con un temblor enorme y la pérdida de velocidad que ya sentenció todas las ilusiones. Habíamos encallado.
No hizo falta dar el aviso a Máquinas con el telégrafo, sentí perfectamente como dejaron de vibrar. José Luis dio orden de abandonarlas. Al poco estábamos en el puente todos.
- Rianxo, ¡vapor al tifón!
Mientras salíamos a cubierta para ver las posibilidades de desembarco el “Alpdrücken” pitaba continuamente pidiendo ayuda a los del puerto de Bovallstrand. No habría más de un cable[1] a tierra firme pero en ese cable esperaba la eterna mar, impaciente por cobrar su eterno tributo en vidas.

Clavería y Francisco desembarcaron en una de las lanchas de salvamento, no fue sencillo largar la embarcación, el pánico y el miedo provocaron intentos de abalanzarse sobre ella, así que tuve que impedir aquello arma en mano. Arrastraron con ellos una maroma del barco y con grandes esfuerzos alcanzaron tierra. Tardaron más de media hora, pero lograron hacer firme el cabo a varias rocas que encontraron, después, a una señal de ellos, comenzamos a pasar uno a uno a los hombres. José Luis había montado una rudimentaria “tirolina” con la que sujetar a cada hombre al cabo y que el paso fuese más rápido y sencillo. Me preguntaba en aquellos momentos intensos del desembarco en los que nada podía hacer, qué es lo que me depararía el futuro. Me encontraba junto con mis compañeros en medio de una vida robada a alguien por alguna razón que escapaba a mi concepto de esta. Afortunadamente, el comienzo de una lluvia intensa mezclada de nieve me sacó de aquel atolladero mental y me devolvió a la situación del momento.
Quedaban ya pocos hombres a bordo, el desembarco estaba siendo un éxito; minutos mas tarde Aaron y Levi se acercaron a José y a mí.
- Esto se acaba, no se lo que nos deparará el futuro a partir de ahora, quizá aunque desembarquemos y continuemos juntos un tiempo, los nazis no permitirán que se sepa de nuestra huida y nos cacen uno a uno hasta matarnos. Solo queremos deciros en representación de todos nuestros hermanos que no tendremos días suficientes en el resto de nuestra vida para daros las gracias por devolvernos la dignidad, la libertad y la consciencia de personas que ya habíamos perdido.

Me esforcé todo lo que pude por respeto a ellos, pero cuando me abrazó rompí a llorar como un colegial el primer día de clase. Primero Leví se subió a la tirolina y seguido a este se enganchó Aaron, detrás íbamos nosotros, Rianxo poco a poco iba soltando del cabo mientras Francisco al otro lado halaba este. De pronto un estruendo me heló el corazón…
- ¡Joaquín, al suelo!
José se echó sobre mí, aún no sabía de dónde vino aquel ruido sordo, rotundo pero no me hizo falta esperar. La explosión destrozó la popa de nuestro barco, el agua comenzó a entrar sin piedad por semejante boquete a “lumbre de agua”. Poco a poco fue escorando a estribor. Había que abandonar el barco, la tirolina de José ya no servía así que nos lanzamos al agua para recorrer los casi 200 metros que nos separaban de la salvación. Fue entonces cuando el destino quiso ser claro, sin titubeos ni posibilidad de elección. El mismo sin encomendarse a nadie decidió que nuestro último hogar sería ahora el definitivo, la escora fue cada vez mayor hasta llegar a un punto en que la gravedad se alió con el agua y cayó encima de nosotros como una losa metálica. No veía nada, solo sé que luchaba contra mi sentencia, buscando un hueco entre el barco que cada vez se hundía mas sin ser capaz de encontrarlo. Me ahogaba, el aire me faltaba, solo llegaba a sentir, a escuchar mi corazón que martilleaba mis heladas sienes a mas de 200 pulsaciones…

- ¡Joaquín! Veinte minutos para la guardia.
Abrí los ojos, la oscuridad invadía el lugar, ¿acaso estaba muerto ya? El continuo y y familiar zumbido de las máquinas del "Almudena" me devolvieron a la realidad. Encendí la pequeña lampara atornillada al mamparo y comprobé que todo habia sido un sueño, una maldita pesadilla. Estaba empapado, corrí a la ducha para no llegar tarde al cambio de guardia. Estaba deseando tomar un cafe caliente con Rianxo. Me duché mecánicamente, comencé a vestirme, "cogere el gorro de lana, el alerón de babor y yo tenemos mucho en que pensar esta guardia y hará frio". Aquella decisión me mató, cogí el gorro, pero no era el gorro, era la gorra de capitan que llevaba en el "Alpdrücken". La doblé y la metí en el bolsillo del pantalón, subí corriendo, atropellado, sudando de nuevo al puente, debía saber de Rianxo.

Entré en el puente, faltaban diez minutos para las cuatro de la mañana, el segundo me pasó las novedades a las que no hice demasiado caso, mientras Rianxo que hacía lo propio con el timonel que dejaba la guardia me lanzó varias miradas teñidas de duda, de temor. Cuando nos dejaron solos no fuimos capaces de articular palabra alguna. Con un gesto le dije a Rianxo que iba a calentar café.
- ¡Rianxo! ¡ven!
La carta de aproximación a Kiel estaba sobre el cuarto de derrota, Rianxo llegaba con la Luguer del teniente alemán en las manos...
Que el próximo 27 de enero no sea necesario recordar la liberación de Auschwitz. Que desaparezcan tantos holocaustos rutinarios a lo largo del planeta.

[1] 185 metros

4 comentarios:

Armida Leticia dijo...

¡Felicidades por la nominación! ¡Suerte!

SOMMER dijo...

Querido Blas, una vez más me has sorprendido.. y ya no se cuantas veces van..

Anónimo dijo...

Un deseo impresionante el tuyo, como impresionante tambien el final de esta historia.
Me sorprendes día a día.
Un abrazo.
Alicia.

Anónimo dijo...

Que así sea.

Un abrazo.