viernes, 1 de febrero de 2008

Malmö (8)

… seguramente el duro temporal que encañonaba el viento por aquel angosto canal ralentizó la marcha del carguero. Quizá, pero también nos ayudó a atravesarlo sin encuentros indeseables, aquel oleaje fue nuestra salvación. Con la amanecida nos plantamos al norte de la Isla en la que descansaba Copenague. Ahora habíamos de pasar desapercibidos en medio del temporal y cruzar el pequeño mar antes de la próxima prueba frente a Goteborg con la punta de la península danesa por el sur que, después de doblada, nos abriría las puertas del Mar del Norte.

Reinaba una dulce paz a bordo que inundaba y anulaba los vaivenes del barco, el zumbido de las máquinas; la paz que resulta de la conciencia limpia, la libertad sentida, el agotamiento por el esfuerzo realizado. Como en las guardias del “Almudena”, a esa hora de la madrugada estábamos Rianxo y yo levantados manteniendo el rumbo. Solo nos quedaba mantener norte siempre hacia la salida de aquel enjambre de islas que taponaban el Báltico con su hermano del Norte.

- ¿Saldremos de esta, Rianxo?
- No lo sé, pero desde luego que si salimos no lo podré olvidar nunca. Ni tampoco volveré a ver una película de guerra. ¡Cuanta basura llevamos dentro de nosotros!
No había mucho mas que añadir, el silencio recordando lo vivido nos invadió como un manto de niebla, quedamos aislados ensimismados cada uno en nuestras vivencias.

Pasaron las horas, todo el mundo seguía oculto y vigilante ante cualquier novedad. La verdad es que la mar no permitía mucho a los potenciales sabuesos y poco a poco fuimos tranquilizando nuestros corazones. Adecuamos la velocidad del buque para poder acometer el paso al Mar del Norte durante la noche, era nuestra única oportunidad. A veces en las horas de espera y de tránsito al siguiente entuerto pensaba en Don Quijote y sus luchas estériles sobre enemigos inexistentes. ¿Sería esta una lucha inexistente? ¿Una ensoñación producto de la ginebra de los pubs de Hull? No lo creía, pues la sangre de los asesinados olía a eso, los lamentos mezclados por el olor a muerte en aquellas terribles bodegas taladraron mis recuerdos como no lo hubiera hecho nunca un sueño. No lo sabía, no podía estar seguro sobre aquella existencia pero sí que lo que hacía no era en ningún caso estéril.

Navegamos en calma a bordo rodeados del duro temporal afuera. Anochecía cuando alcanzábamos las diez millas sobre el largo “embudo” que debíamos atravesar para seguir huyendo. Goteborg nos esperaba a nuestro estribor de momento lejos; según la luz huía nosotros acortábamos distancia sobre la costa sueca para al menos sentir el amparo de sus aguas territoriales. Era todo un riesgo pues en aquella época no se reconocía más de dos o tres millas, por lo que la seguridad contra los nazis la ganábamos a costa del riesgo de encallar con aquel temporal cada vez más grande conforme nos abríamos al Mar del Norte al acecho más al este.
Nuestro plan fue un éxito mientras la noche nos escoltaba. A su relevo por el nuevo día las cosas cambiaron de color.
- Joaquín, me parece que las cosas pintan grises. Mira por el través de babor.
En efecto, una corbeta con bandera alemana nos escoltaba rozando las aguas suecas, rumbos paralelos con sentidos contrarios, vida frente a muerte. No quedaban más de cincuenta millas para que el dueño de la costa cambiase de sueco cuasi libre a noruego ocupado.

- A esta marcha no nos quedan más de seis horas para echar todo por la borda. Hay que hacer algo. Rianxo mantén la línea de costa, voy a avisar a todos para ver que haremos.
Nos reunimos de nuevo en el puente y en poco tiempo todos estábamos al corriente de la situación.
- No tenemos muchas salidas a proa, solo se me ocurre encallar el barco en algún lugar y escapar a tierra. Lo siento por todos…
- Si me disculpan de nuevo, conozco la costa y hay una pequeña isla por estas latitudes, si no recuerdo mal se llamaba Hallö. Quizá sea una posibilidad atracar.
- Aaron, gracias por tu idea. Te doy la razón en parte, hay que desembarcar pero no en una isla, pues perderíamos las posibilidades de escapar, debemos hacerlo en tierra firme. Como por ejemplo... ¡Aquí!
Mi dedo se posó sobre un pequeño brazo de mar que bañaba el puerto de Bovallstrand. Nos jugaríamos el barco y nuestras vidas libres en enfilar aquella pequeña entrada. Después quedaríamos en manos del gobierno Sueco lo que no nos daba grandes esperanzas, pero era lo que había y fue lo que acordamos. Mientras nosotros preparábamos la maniobra de aproximación, Aaron y Leví fueron a informar a todos sus compañeros de desdicha.

Aquella corbeta no se separaba de nuestro rumbo. Llegó la hora, había que virar 90º a estribor y abrir el vapor de todas las calderas del mundo. Desplacé el telégrafo de máquinas hasta señalar avante toda. La respuesta desde abajo fue inmediata, comenzamos a sentir como el viejo carguero recuperaba de nuevo aquel hálito de vida. La corbeta hizo sonar el tifón[1], me imagino su furia al perder una pieza que parecía tan sencilla de cazar.

- ¡A la mierda con ellos, malditos! Ahora cuidado con las corrientes y con el temporal que se ha pasado al otro bando.

El “Alpdrücken”, como un sonámbulo en plena noche invernal avanzaba dando bandazos, a cada vuelta de la hélice las rocas parecían mas cerca, casi se percibía el olor del agua echa pedazos al estallar sobre ellas. Alemanes a popa, escollos y muerte a los costados y una mínima esperanza a proa...



[1] Nombre que se da a la sirena del buque

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